#OPINIÓN Nardo Espinoza, el poeta de las curvas de Carora #4Mar

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Hace medio siglo los caroreños nos queríamos más que ahora, pues éramos una remota ciudad de apenas 30 mil almas, y todos nos conocíamos. Contribuía a darnos ese neto perfil psicológico nuestro secular aislamiento, que era el resultado de una pavorosa y escalofriante carretera con 360 curvas y una cuarentena de puentes que nos “comunicaba” con la capital del estado Lara, Barquisimeto.

Es en este escenario donde aparece la figura legendaria de don Nardo Espinoza, un poeta, dramatizador y personaje popular, a quien muchos solían llamar como un “arriero moderno”. Sucedía que  en una vetusta ranchera Chevrolet y en un no menos arcaico Fairlane 500, hizo vivir a centenares de caroreños unas insólitas y asombrosas aventuras, a las que  todos llamaban, y el mismo Nardo lo decía, “tirar una paraíta”. Acontecían aquellos episodios espeluznantes cuando sus pasajeros notaban que aquel sorprendente profesional del volante advertía, en los parajes más empinados y ondulantes de la estrecha carretera, la formación de pesadas y fastidiosas colas de largos camiones y fatigadas gandolas. Nardo  exasperaba y su proverbial impaciencia le hacía decir “vamos a echar una paraíta”.

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Esa estratagema no era otra cosa que adelantar aquellas interminables caravanas de camiones, pero haciéndolo de imprudente manera: quitándole la derecha a los vehículos que venían de Barquisimeto o de Carora. Aquello era de espanto. En más de una ocasión debió de dar Nardo descomunales frenazos al ver venir a toda velocidad un vehículo en sentido contrario y acto seguido debía retroceder con destreza largos trechos. Para fortuna de él y de sus pasajeros, nunca le sucedió nada de gravedad, sólo enormes y angustiosos sustos.

Este extraordinario chofer que era Nardo, igualmente fue un magnifico recitador o declamador de poemas. Uno de sus preferidos – me cuenta Aquiles, su hijo, y quien me lo recita – es el famosísimo poema Garrick, de Juan de Dios Peza, y cuya estrofa final dice:

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

Sus libros de cabecera eran Las 500 poesías más famosas de América Latina, así como también el pesado volumen Repertorio poético de Luis Edgardo Ramírez. Leía acostado en la cama, rodeado de libros de poesía. Amaba tanto los libros que sus hijos tienen nombres literarios: Aquiles, el de la guerra de Troya, Isis, la diosa egipcia, Diana, la diosa griega, Elí, nombre hebreo. Gozaba de excelente dicción y pronunciaba con exquisitez las palabras, pues las lecturas constantes lo ayudaban. Oía la radio en la carretera y era devoto católico. Enviuda en 1977, tras el trágico fallecimiento de doña Chía, su amada esposa, trance amargo que superó.

Participaba con gran entusiasmo en las fiestas de Aregue y de la virgen de Chiquinquirá. En la Misa de los Choferes se amarraba tremenda borrachera. Disfrutaba de la bebida este adeco empecinado y fanático del Cardenales de Lara, quien  los 31 de diciembre soltaba su verbosidad a borbotones. Fungía como presentador de películas en el desaparecido Cine Bolívar, una de ellas -recuerda Aquiles- una cinta rusa sobre Stalin y Timochenko.

Cantaba con el dúo bohemio de los Hermanos Gómez, y era íntimo de don Alirio Díaz, a quien llevaba a la Otra Banda y a La Canducha en su viejo Fairlane 500. Su esposa, Chía,  le perdonaba sus infidelidades a este competente caballero, a quien las maestras le autorizaban para cobrar sus quincenas en Barquisimeto, y que nunca agarró carretera por las noches. Pero más de una vez le toca dormir en la vía cuando no estaba asfaltada. El pasaje costaba en aquella oportunidad la increíble suma de  ¡cinco bolívares!, repartiendo a sus clientes casa por casa. Si le tocaba pernoctar en la Ciudad de los Crepúsculos, lo hacía en casa de Pedro Espinoza, situada en la carrera 18 con calle 37.

 Era una suerte de Cupido Motorizado – dice un añorante Aquiles, en mi Oficina del Cronista – que deja hijos en el camino. Amaba entrañablemente a Barrio Nuevo y a su más emblemático lugar de la memoria: El Rinconcito Arrabalero. Nunca se afilia a alguna de las líneas establecidas, tales como la 109 o la Línea Torres.  Constituía, junto a don Gaujérico Lameda y Foncho Pérez, el más memorable trío de transportistas que conectaban a nuestra ciudad con Barquisimeto. Su lema vital era “todo lo que vayas a hacer, hazlo bien hecho.”

Luis Eduardo Cortés Riera

[email protected]

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