#OPINIÓN Las voces de Penélope: Justicia sin venganza #15Feb

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Duro, durísimo, es ser madre de un privado de libertad, forma de nombrar eufemísticamente a los venezolanos que parecieran estar privados esencialmente, de dignidad. Lo que se hace extensivo a sus familias y paradójicamente, a sus carceleros, aunque estos lo ignoren.

“Privado de libertad” fue una expresión que en su momento, aunque parecía aludir a una situación individual de deuda con la sociedad, pero la privación legal de libertad como castigo por el delito cometido, terminó siendo la manera de nombrar a cualquier persona que padezca las consecuencias, no sólo de sus actuaciones individuales, sino de formar parte de la enorme población carcelaria, cuyas condiciones se caracterizan por el “Olvido” de un Estado y sus ejecutores, quienes tienen el deber, no solo de administrar justicia, sino de garantizar la dignidad  y la reinserción social del individuo que ha transgredido la norma.

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De quien en otras palabras, perdió el derecho a transitar por los espacios físicos por los cuales solía desplazarse, lo cual incluye no sólo su casa sino los que todo ser humano considera suyos, aunque sean colectivos, es decir, “su” calle , “su” plaza y todo lo que en lenguaje popular, suele llamarse, “su patio”.

Sigue siendo un “olvidado”, a pesar de los fallidos intentos del doctor Elio Gómez Grillo, quien, en su momento, fuera llamado desde el Poder para que contribuyera a reformar el sistema penitenciario e insistiera en aplicar los avances de lo que llamara la ciencia penitenciaria, que incluía la formación del personal penitenciario. Una sola golondrina no hace verano, y su sabia participación, solo serviría para darnos esperanzas sobre la rehabilitación de los “privados de libertad”, una manera eufemística, insisto,  de llamar por estas tierras, a quien termina padeciendo, si acaso ya no padecía, de la desigualdad, estigmatización, marginamiento, aislamiento y la victimización, por parte de las  bandas y sus pranes. Asunto que incluye también a sus carceleros, quienes de acuerdo a su ámbito de autoridad, la ejercen desde los diversos códigos de la arbitrariedad.

Siempre se ha afirmado que el ser humano nunca estará totalmente sometido, pues le queda la posibilidad de ejercer la imaginación. De andar por sus fueros a su total albedrío. Asunto que es bueno aclarar, no siempre es posible, cuando el cuerpo, acosado por la enfermedad y el hambre, no da tregua para pensar en otra cosa que no sea la sobrevivencia y el miedo a la muerte…

No recuerdo en este momento, si fue San Agustín quien hablara de que la justicia no es venganza. Quien lo tuvo muy claro, fue Mandela, por padecerla en sus 27 años de prisión y que le valieran al final, no solo ser respetado por sus verdugos, sino convertirse, dado su prestigio y fortaleza, en el primer presidente sudafricano negro. Una vez en libertad, dado su intenso trabajo por lograr la concordia en un país con dolorosas secuelas de discriminación y prejuicios mutuos, no sólo llegaría a ser el primer presidente negro en Sudáfrica, sino que  recibió el Nobel de la Paz.

Las “Leyes Mandela”, llamadas así por estar inspiradas en su dura experiencia carcelaria, son de aplicación universal desde que fueron adoptadas por las Naciones Unidas en 1955. Las mismas, han venido sufriendo varias reformas en busca de su perfeccionamiento.De aplicación obligada desde el punto de vista moral, en cualquier Estado que se considere a sí mismo respetuoso de ese hermoso concepto de humanidad, que nos permite soñar  un mundo mejor, habitado por seres en camino de ser cada vez más parecidos a la idea que tenemos de un ser humano y su protección en los diversos ámbitos.

Las muertes que vienen ocurriendo en los centros de reclusión tanto en nuestro estado como en el resto del país, nos obligan a preguntarnos si hay alguna razón “ideológica” que propicie  que en nuestras cárceles, se agraven los sufrimientos de quienes ya han perdido su libertad pero no su condición de seres humanos con derechos que han de ser respetados. Las Reglas Mandela, buscan garantizar que toda pena sea la respuesta justa de autoprotección de las sociedades, sin perder de vista que durante el transcurso de la misma, deben darse las condiciones para su posterior reinserción, una vez obtenida la libertad. Insiste en el respeto a la dignidad humana, lo cual se expresa en la eliminación de tratos crueles y degradantes en una población, que es bueno insistir pues solemos olvidar, pertenece a los sectores sociales más vulnerables y excluidos.

Las crecientes denuncias por las recientes muertes ocurridas este año, reclaman el acceso a la atención médica, la cual no sólo se ve limitada por las terribles condiciones de infraestructura carcelaria, sino por  la arbitrariedad de custodios de ambos sexos, que según las quejas de los privados de libertad, deciden si el recluso tiene derecho a ser atendido, llevado a emergencia del hospital, permanecer hospitalizado o salir de su celda a morir en el piso del mal llamado “hospitalito”. No sólo se agravan los sufrimientos de los detenidos,sino que se mancilla el respeto al ser humano, que aunque haya faltado a las leyes, no pierde el derecho a ser tratado como un ser humano que merece respeto a su condición de tal y no puede estar sometido a tratos crueles y degradantes.

Las leyes Mandela, se plantean reducir al mínimo “…las diferencias  entre la vida en prisión y la vida en libertad”, puesto que parten del principio de que ya es suficiente castigo  estar recluido y ni el Estado ni las leyes pueden permitir que se le añada una especie de “sanción privada” ejercida por quienes están encargados de su custodia. Tampoco, por extensión, a sus familiares, entre los cuales, son las mujeres -madres, esposas, novias, hijas, hermanas- quienes suelen pasar por tratos crueles también cuando ingresan a los centros de reclusión. En fin, que parecieran ignorarse las diferencias entre justicia y venganza.

Marisela Gonzalo Febres

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