No sabía quién era Juan Guaidó. Nunca había oído hablar de él. Luce un hombre discreto, como tímido, pero efectivo en su hablar y su proceder. Tuve las primeras referencias de él, en este mes de diciembre recién pasado cuando se dio a conocer que sería el presidente de la Asamblea Nacional en el cuarto año de vigencia del actual periodo constitucional.
Cuando observé que al nuevo presidente de la Asamblea Nacional le correspondería ocupar el cargo de presidente encargado de la república y tomar decisiones muy serias y graves, me pregunté si este hombre tan joven y desconocido, tendría la suficiente preparación, madurez y experiencia para llevar a cabo el periodo de transición que se veía venir. No me cabe la menor duda que Guaidó ha surgido con un cierto aire de providencialismo.
Nadie lo esperaba. Se oyeron siempre otros nombres. Sé de algunos personajes de la política tradicional, que acariciaron la idea de ser presidente aunque fuera en forma interina. Algunos de ellos hubieran sido buenos, otros no tanto. Sin embargo el señalado por el dedo divino, fue Juan Guaidó. Dios es el Señor de la historia sin duda alguna.
Hoy estamos todos asombrados de la serenidad y aplomo de este joven Guaidó que apenas tiene 35 años. Ha trazado una ruta lenta pero segura. Todos estamos dispuestos a estar al lado de esta nueva esperanza surgida como por arte de magia. Sus propuestas fundamentales han sido las siguientes: Cese de la usurpación; aceptar y abrir la entrada de la ayuda humanitaria con un gobierno de transición y elecciones libres y confiables en el más breve plazo.
Hay quienes me han dicho que si asumió el 23 de enero en la extraordinaria manifestación de ese día, las elecciones deben ser el 23 de febrero, para así cumplir con el lapso de treinta días establecido en el artículo 233 de la Constitución Nacional. Sin embrago, les he dicho que esos treinta días consecutivos no han empezado a correr, porque si bien es cierto que, de derecho, Guaidó ya es presidente interino, el ejercicio de las facultades de la presidencia de la república no las ha podido ejercer plenamente en virtud de la usurpación madurista. Al cesar la usurpación, primera condición de su hoja de ruta, debe designarse un nuevo CNE, lo cual es un requisito absolutamente indispensable. Con ese CNE de Tibisay Lucena es imposible lograr un resultado confiable. Habrá que hacer valer también la designación del Tribunal Supremo de Justicia hoy en el exilio, la disolución de la írrita ANC y la nulidad de todos sus actos y el regreso a su cargo de la Fiscal General de la República, Dra. Luis Ortega Díaz.
La labor que viene es inmensa. Reconstruir moral, institucional y materialmente la República será una labor titánica. Requerirá mucho esfuerzo y mucho tiempo. No será de un día para otro. A Guaidó le corresponderá el comienzo, echar las bases, iniciar esa labor, pero habrá que estarle recordando a los venezolanos que se recibió un país destruido, quizás como quedó Europa después de la segunda guerra mundial. Por cierto, un agradecimiento muy especial a USA, Canadá, Alemania que ya han anunciado aportes importantes para la tarea a realizar. Y gracias a los presidentes Donald Trump y Duque, de USA y Colombia respectivamente, y a todos los presidentes de los países del grupo de Lima, al Vicepresidente Pence de USA, al Secretario General de la OEA Luis Almagro, a quien habrá que concederle la nacionalidad venezolana honoríficamente y al senador Marco Rubio.
Sin embargo, la tarea fundamental nos corresponderá a los venezolanos, hijos y dolientes de esta tierra de gracia.
Joel Rodríguez Ramos