El eminente antropólogo, político, periodista, poeta y estudioso del folklore, doctor Miguel Acosta Saignes (San Casimiro 1908- Caracas 1989), escribió en 1967 una extraordinaria obra titulada Vida de los esclavos negros en Venezuela, un verdadero hito investigativo en la antropología sobre nuestros ancestros afrovenezolanos. De allí he tomado unos interesantes datos que comento, agregándole unas observaciones mías, sobre las minas de Cocorote, estado Yaracuy, entre los años 1648- 1664, un poblado que existía antes de la llegada de los cristianos. Eran ellas yacimientos cupríferos propiedad de Su Majestad, el Rey de España Felipe IV, explotadas fundamentalmente por mano de obra esclava. A fines del siglo XVIII pasaron a manos de Simón Bolívar con el nombre de Minas de Aroa.
Allí había una población de 114 esclavos -89 hombres y 25 mujeres- 50 indios, algunos aliles de la región del Lago de Maracaibo, pero predominaban los caquetíos de Barquisimeto como contratados. De 41 negros tres eran arrieros, tres cargadores de cobre, un boyero o conductor de bueyes, un camarero, tres carboneros, dos carpinteros, dos carreteros, un conuquero, dos curtidores, tres albañiles, tres fundidores de metal, dos fundidores de vaciado, tres horneros, tres mineros de veta, un sacristán, tres servidores, dos vaqueros. Los indígenas: cinco arrieros, un boyero, cinco cargadores de cobre, seis canoeros, cuatro cortadores, cinco mineros de veta, dos peones de hato, tres vaqueros. Los españoles y criollos: administrador y justicia mayor, alférez, ayudante de las faenas, capellán, contador, maestro mayor de la fábrica, maestro de herrero, fundidor, mayordomo mayor de fábrica, de la veta, del hato, médico, partera, zapatero y curtidor.
Aparecen además detalles muy interesantes sobre los cobres vaciados, de las cosas que se compran, de las cosas de la botica, del sebo, del dividive para curtir cueros y fabricar jabón, de los esclavos muertos, del estaño que se gasta, de los estribos, lienzo que se gasta, de las mulas muertas, de las medicinas, del metal ligado, de los cueros curtidos, del hierro, clavos que se gastan, las barras de cobre que se llevan al puerto de La Guaira, los negros que se mueren.
En las minas había una casa para la administración, una iglesia, enfermería, casas de habitación para los esclavos y otras personas que laboran en la mina, despensa, granero para el maíz, cárcel, curtiembre, casas de fundición y para guardar aperos e instrumentos, corrales y conucos.
Los medicamentos y las prácticas médicas que se empleaban entonces para el tratamiento de las enfermedades de los negros en aquel lejano siglo XVII, hogaño nos asombran a nosotros, los humanos del tercer milenio. En los Libros de anotaciones de las minas aparecen: dos libras de alhucema, espliego o lavándula, una planta similar a la lavanda empleada para bajar la fiebre; tres onzas de cardenillo, herrumbre tóxico verdusco o verdín, usado como fungicida de hongos; cuatro onzas de canela; una libra de sen; dos libras de albayalde (carbonato de plomo, pintura); media libra de solimán, cosmético o veneno; dos libras de cera blanca; una libra de piedra alumbre; media libra de mirra, gomorresina o bálsamo traída de Arabia y el noreste de África, aclamada por sus propiedades antiinflamatorias y desinfectantes, se ha utilizado históricamente para enfermedades tan diversas como el dolor estomacal, la indigestión, la pobre circulación, así como para cicatrizar heridas, para ciertas enfermedades de la piel y para ciclos menstruales irregulares; una docena de ventosas, copas o campanas; una jeringa; aceite (de coco) de cumana (Cumaná); una botija de romero, estimulante estomacal facilita la expulsión de la bilis; dos onzas de azafrán, hebra, condimento, se usa como estimulante de la menstruación o emenagogo; una libra de flores de manzanilla o camomila para hacer infusiones para controlar el malestar estomacal y los mareos.
También se hallan anotados: dos libras de pimienta, para curar problemas en los ojos; media libra de clavos de olor, dos varas de ruan para vendas y trapos; se usaba la cañafístula para la anemia y purgante; azúcar y miel para bebedizos y purgas; media pirulera de miel de abejas; dos ventosas de vidrio, dos jeringas, el médico Galeno las utilizaba en la Antigüedad; ungüento amarillo; azófar o latón, metal, aleación de cobre y zinc; trapos para curar postemas (tumores y furúnculos, úlceras, bubones) y heridas; abrigos especiales para fiebres intensas; y no podía faltar el tabaco, una planta americana, para preservarse de mordeduras de serpientes. Como han podido advertir, los comentarios que aparecen al lado de las palabras en negritas son nuestros, y no aparecen en los libros antiguos que revisó Acosta Saignes.
Dice el antropólogo larense Rafael Strauss que no deja de ser sorprendente cómo la unión de las metodologías histórica y antropológica y la capacidad deductiva de Acosta Saignes, logran dibujar la vida de los trabajadores y algo más en un asentamiento minero de nuestro territorio. Una investigación semejante realizó quien escribe sobre las Haciendas de las Cofradías del Montón de Carora a principios del siglo XIX, y que puede ser consultada en nuestro blog: Cronista de Carora.
Luis Eduardo Cortés Riera.