Una lectura desapasionada de este accidentado momento político que vivimos, nos convoca con urgencia a decir que la muerte del periodismo es la muerte de la democracia. Medios y periodistas cumplen con una labor de registro y seguimiento de los asuntos públicos tan importante y necesaria, que, en su ausencia, es virtualmente imposible concebir el resto de las otras libertades que nos hacen ciudadanos.
Con su trabajo los medios y los periodistas contribuyen a generar el espacio virtual en donde concurren todos los actores de nuestra vida política para así construir la preciada, necesaria y muy temida opinión pública. Facilitan la generación de gobernabilidad, al contribuir al debate público, ya que educan políticamente a los ciudadanos, al tiempo que estimulan en la sociedad,la exigencia de claridad en todos los asuntos del gobierno. Para ser realmente libres todos los habitantes de la galaxia democrática, requieren información libre y veraz, para poder ser los sujetos que capaces de emprender el gobierno de sus propias vidas. Libre flujo de información y democracia son conceptos indisociables.
La información que se encuentra disponible, gracias a la existencia periodistas y de medios libres -además de críticos e independientes- nos ayudan a combatir la incertidumbre,siendo esta,la peor acechanza que debamos enfrentar a diario los habitantes de la compleja y moderna polis del siglo XXI. Los medios combaten la censura, construyen los espacios públicos donde se alberga la sociedad civil y facilitan la gestación de ciudadanía. Son los facilitadores de la consolidación de la moderna comunidad de consensos. Es por todo ello que no resulta gratuita la consideración de la libertad de expresión e información en los diversos textos constitucionales del mundo moderno, como un derecho imprescriptible, porque sin su explícito ejercicio, el resto de derechos individuales del ciudadano son absolutamente inútiles.
En forma deliberada y mezquina este régimen generó a lo largo de estos 20 años una erosión institucional de tal magnitud que desarticuló el ejercicio de nuestros derechos fundamentales.
Basta con ver como una de las más clara consecuencia, la aberrante recentralización de la administración y la vida pública de todos los venezolanos. Al girar todo en torno al gobierno y su líder máximo, retrocedimos a unos niveles de informalización de la vida pública muy propios las monarquías del siglo 18.
Esa debilidad institucional se tradujo en el aumento de los canales informales de comunicación entre los diversos grupos sociales y el poder constituido, porque al no existir normas claras que regimienten el proceso de intercambio de la información, consecuencialmente se pierde toda noción de una verdadera democracia informativa.
Me atrevo a decir que en nuestro caso la ausencia de suficientes medios, ha sido determinante en la conformación de esa ilimitada anomía que nos arropa y deprime como si fuera un gran océano de sargazos. En los últimos tres años han desaparecido cerca de 90 medios entre periódicos y emisoras de radio y TV. El ecosistema informativo venezolano sufrió una mutación tan extrema, que tenemos entre nosotros una generación de jóvenes que han crecido ignorando lo que significa expresar y obtener información sin más limitación que la dictadas por nuestro propio interés.
Como si no fuera suficiente, la propaganda totalitaria difundida por los medios oficiales contribuye a destruir la moral social, y la verdad totalitaria es impuesta por la autoridad que emana de un único partido. No hay vida pública, esta se simula tras un monólogo sordo y hueco, lleno de consignas y lugares comunes que no pueden ser ni debatidas, ni contrastadas, y menos aún, discutidas.Para el gobierno es necesario silenciar a la inmensa minoría que conserva para poder sobrevivir, un ápice, una pequeña inclinación, a la crítica.
En ausencia de medios formales y responsables, las mentiras de la post verdad tratan de hacernos creer que el gran sustituto de esa modalidad de necesario espacio público es el ciberespacio y las redes sociales. Allí abundan los fake news, nuevos y vigorosos enemigos de la democracia y para combatirlos es necesario la existencia de un amplio ecosistema de medios, periodistas y ciudadanos estrechamente vinculados por la libertad y por la responsabilidad. Hará falta entonces un periodismo de calidad, riguroso, sin concesiones a la demagogia populista y que cuente muy bien las nuevas historias.
Al no contar con medios, información y un combativo periodismo, se extinguen los referentes que todo ciudadano reclama y demanda para poder vivir en una sociedad moderna, compleja, habitada por una sólida democracia, por instituciones autónomas y un fuerte estado de derecho. Esa misma ausencia de referentes propicia una relación muy toxica, neurótica y enfermiza, entre el ciudadano y la política. Solo nos basta con ver el tono y tenor de las discusiones en los espacios de las redes sociales, para percatarse de la incivilidad propiciada por la hegemonía comunicacional de un régimen totalmente disociado, cuya mayor virtud es haber propiciado una demencial polarización del mundo político nacional. Huelga decir que, en una sociedad de medios libres y no tutelados, no se permite una aberración de ese tipo.
Las instituciones de la sociedad moderna existen precisamente para combatir la incertidumbre como una consecuencia propia de las interacciones humanas. Los medios y el periodismo son los primeros convocados a desarrollar este ejercicio. Se trata de un evento que nos lleva a identificar en la propuesta de la construcción de una hegemonía comunicacional, la velada propuesta para hacer desaparecer todo vestigio de civilidad entre nosotros. Ello se inició en un dramático acto que consistió en liquidar nuestros medios y perseguir a la mayoría de los periodistas.
A ese criterio se oponen las virtudes de la prensa libre, ya que, gracias a ella, conocemos y apreciamos nuestro entorno y elaboramos los referentes necesarios para avanzar a la conquista de nuestra mejor libertad.Conocer lo que no ven directamente nuestros propios ojos nos proporciona seguridad, poder y confianza, elementos todos altamente corrosivos y letales para la supervivencia de cualquier propuesta de gobierno totalitario.
Aristóteles nos dijo que para hacer posible su trabajo, una tiranía debe envilecer a todos los ciudadanos, sembrar en ellos la desconfianza y empobrecerlos a extremos tales, que solo puedan sobrevivir gracias a la dádiva que eventualmente el tirano haga descender sobre ellos. Un hombre dueño de su destino, gracias a los referentes que le confiere estar bien informado, es obviamente un hombre inmunizado contra todo el poder de cualquier tiranía.
Vale igualmente recordar – gracias a la ola de saber constitucional que nos inunda en los días que corren- que el estado moderno está en la obligación legal de proteger el trabajo y la función de los medios de comunicación, así como el abnegado trabajo de los periodistas. Contrariamente obligación expresamente normada en la CRBV, a lo largo de estos 20 años se gestó un liberticidio que redujo a su mínima expresión estos deberes, así como el ámbito para desarrollar las funciones de los medios de comunicación. El gobierno trasmutado en neurótico Leviatán liquidó el espacio de los medios, aislando al ciudadano, liquidando la política y eliminando toda noción de lo público. Por eso son tan importantes los medios y los periodistas.
Los medios al ser garantes de la tan vulnerada gobernabilidad, permiten que los ciudadanos puedan participar en todos los asuntos públicos que les sean propios, asi como exigir la rendición de cuentas a todos sus gobernantes. Al tener voz propia,pueden contribuir a generar los canales de participación ciudadana que contribuyen a la estabilidad y la limitación de toda expresión de violencia política. Una efectiva comunicación de los asuntos públicos ayuda a elevar la calidad de los distintos marcos regulatorios, estimula (o, mejor dicho, obliga) la eficiencia del gobierno. Es garante del estado de derecho y un excelente medio de control para combatir la corrupción. Lo importante son los medios, estúpido.