#OPINIÓN La extraña y fascinante lengua de los indios Piraha #14Ene

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Dedicado a la antropóloga Jacqueline Clarac de Briceño.

Quizás el más grande sorprendido de las investigaciones realizadas por el misionero Daniel Everett en 1986 sobre la lengua de los aborígenes piraha del Brasil, ha debido ser el famoso lingüista estadounidense, nacido en 1928, Noam Chomsky. En efecto, los recientes descubrimientos de este religioso han revelado que la lengua de tales indios amazónicos no emplea oraciones subordinadas, es decir que desconoce la recursividad, o sea incluir una cláusula dentro de otra, que es una condición necesaria y presente en todas las lenguas del orbe, y que dio pábulo para que este eminente y reconocido lingüista judío-americano del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) presentara su radical y extraordinaria idea de la existencia de una gramática universal. Es un axioma de la lingüística desde que Chomsky publicó en 1957 su libro Estructuras sintácticas.

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El piraha es fonológicamente la lengua más simple conocida, pues apenas posee diez fonemas, uno menos que la lengua de los rotokas de Papua-Nueva Guinea, mientras el castellano tiene 22, de los cuales17 son consonánticos y cinco vocálicos. La lengua piraha usa cinco canales para su discurso: la información puede ser hablada (forma habitual), silbada, tarareada, gritada o codificada en música. Las lenguas silbadas son escasas, lo que hace del pirahã un objeto de estudio muy interesante para delimitar la importancia del tono y de la cantidad/intensidad en la comunicación oral. Es una lengua  aglutinante que usa muchos afijos para expresar diferentes significados También usa sufijos que comunican evidencialidad, una categoría gramatical que no poseen las lenguas europeas. El sufijo /-xáagahá/ significa que el hablante está completamente seguro de su información.

Además de no poseer número gramatical, es una de las pocas lenguas donde no existen ni los numerales ni el concepto de contar (existen otros casos entre las lenguas aborígenes de Australia, como el warlpiri). Los piraha no conocen el concepto de contar. Sólo usan medidas aproximadas y en pruebas son incapaces de distinguir con exactitud entre un grupo de cuatro objetos y otro colocado de manera similar de cinco objetos. Cuando se les pide que dupliquen un grupo de objetos, duplican el número correcto de objetos en media, pero casi nunca aciertan el número exacto a la primera. Viven en un mundo no pitagórico, muy lejos de Occidente.

Es, además, la única lengua conocida sin palabras para expresar los colores; aunque este punto todavía es discutido. A mi manera de ver solo distinguen las diversas tonalidades del verde, que es su entorno amazónico dominante.

Pero hay más. Los piraha van a contrapelo de Occidente, pues desconocen el pasado y también el futuro. Viven un eterno presente, cuando nuestra cultura sobrevalora el futuro. Por ello son felices y relajados como los animales. Toda una lección para nosotros que vivimos abrumados por el reloj. Su memoria histórica es endeble y poco se ocupan de genealogías y linajes. No conocen de bisabuelos y bisabuelas. Su sistema de parentesco es el más sencillo que se conoce.

Carecen de mitos fundacionales y por ello de cosmogonías, lo cual asombraría al mismo Claude Lévi-Strauss, padre del estructuralismo. No tienen literatura escrita u oral. Un pueblo que piense de tal modo será refractario entonces a cualquier religión que les presente la idea de un Dios transcendente colocado más allá del tiempo. Respecto a Dios, tampoco les entra en su cabeza. «¿Quién creó las cosas?», les preguntó Everett. «Todo es lo mismo», respondieron, queriendo decir que nada cambia y por lo tanto nada fue creado. La eternidad de los cristianos, por consiguiente, les carece de sentido.  Cielo e infierno son meras entelequias. Lo que importa es que el río Maici, que es tributario del gran Amazonas, les provea de peces ya, en este momento. Son empiristas radicales.

Everett, quien estudió lingüística en la Universidad Estatal de Campinas y es profesor de la Universidad de Pittsburg, llega donde este pueblo feliz de unos 400 miembros como misionero religioso. Pero al conocerlos íntimamente después de convivir con ellos durante siete años se le ha creado una verdadera crisis de conciencia religiosa. Dios solo existe en el lenguaje y no tiene existencia real, es mera palabrería, le enseña este aislado pueblo del trópico. Hogaño Everett se declara no confesional, o lo que es lo mismo, ateo. Sin embargo otros investigadores, Bonilla y Calavia, niegan que estén frente a un pueblo ateo.

A principios del siglo XX habló el sociólogo alemán Max Weber del “desencantamiento del mundo”, como una pérdida de los valores y certezas que da la religión, es decir la secularización de la sociedad moderna. ¿Será posible que desde unas remotas aldeas de Brasil y con el descubrimiento de Everett de este mundo roussoniano del buen salvaje, se esté dando comienzo al  verdadero y definitivo desencantamiento del mundo?

Luis Eduardo Cortés Riera.

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