Venezuela amanece triste en 2019. A los desmanes de la dictadura se suma una tenaz campaña encaminada a desacreditar, dividir y descorazonar al movimiento opositor que por casi veinte años se resiste valientemente a la imposición de una dictadura totalitaria en la tierra de Bolívar.
Frente a una banda delictiva que inicialmente llegó al poder por las urnas, los demócratas venezolanos han intentado por todos los medios promover salidas constitucionales y pacíficas al devastador proceso que solo ha traído degradación, miseria y desolación. Todo proyecto de solución pacífica al conflicto ha sido burlado por un puñado de reos de delitos imprescriptibles y por sus mercenarios aliados extranjeros.
Ahora quieren reafirmarse descaradamente pese al rechazo generalizado del mundo democrático. Es prácticamente inevitable que así lo intenten ante alguna de esas desacreditadas instancias montadas por ellos mismos para servir de comparsa en su burda usurpación.
Sin recurso electoral creíble y con la emigración de un valioso sector del electorado, el país también carece de instancias judiciales legítimas: Unas por caducidad, prevaricación y fraude, y otras por abandono de sus cargos.
Tampoco cuenta – por ahora – con aquellos que en su momento juraron defender la república y sus instituciones. Hoy sus más altos mandos se encuentran comprometidos con el sistema y actúan como cómplices en todos los crímenes, abusos y latrocinios que se cometen desde el poder.
Solo queda en pie el poder legislativo como única institución civil legítima del país: La Asamblea Nacional electa abrumadoramente por voluntad popular directa en diciembre de 2015 se ha mantenido firme y en su mayoría presente en territorio nacional pese a haber sido objeto de toda suerte de atropellos, encarcelamientos, exilios, hostigamiento, ataques físicos, privación de recursos y desconocimiento de su autoridad constitucional. Y sin embargo allí sigue. Resistiendo con las únicas armas que posee: La legitimidad, la razón y el derecho.
El régimen ha lanzado todos sus recursos contra la legislatura– sin atreverse aún a su disolución final. A los ataques directos ha sumado una activa quinta columna que no ha hecho otra cosa que promover la neutralización del gran movimiento democrático por vías de un pertinaz divisionismo y derrotismo, centrando su acción en el descrédito de la única institución legitima y constitucional del país, procurando dictarle condiciones o suplantarla. Ahora, más que nunca, la institución merece total respeto de todo demócrata: Es la última instancia que nos queda.
Antonio A. Herrera-Vaillant / [email protected]