Navidad ha de ser sinónimo de alegría, esperanza y unión;
es aquella época donde todos, a pesar de las dificultades,
buscan tener, de alguna u otra manera, sus comodidades.
Navidad -en su esencia- es fraternidad, humildad y solidaridad;
es el tiempo de restablecer los lazos de hermandad,
y de hacer gestos de entrega y amor, a través de la caridad.
Navidad es una celebración, sí;
pero una celebración de lo sencillo,
porque celebramos el regalo del amor y el perdón,
que nos llegó, a través del nacimiento de un niño.
Pero pareciera, que este, el verdadero sentido, se está perdiendo,
porque las personas le prestan más atención a cómo se están vistiendo,
le prestan más atención a qué están comiendo,
y no se fijan, con cuánto amor están viviendo.
Y así la Navidad, para muchos, se convirtió en apariencias,
se convirtió en tiempo de dejar su supuesta superioridad, en evidencia;
importándoles sólo destacar física y materialmente, como si fuese una competencia.
Es por ende que el verdadero sentido de la Navidad se debe rescatar,
y ser en todo momento, con sus siete letras, Navidad;
evitando así, que dichas letras tomen otro orden,
y puedan dejar de formar: “navidad”, para convertirse en: “vanidad”.
Texto: José Enrique Arévalo – @interkike7