#Opinión: Doctor honoris causa Edgar Sánchez Por: Esteban Castillo V.

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De la tierra de Aguada Grande, hace ya varios años, nos llegó Edgar Sánchez; para ese entonces había unos autobuses de madera de gran riqueza cromática, realizados por grandes artesanos, era así, como  las personas viajaban en esos colectivos, que al mismo tiempo transportaba sacos de maíz, chivos, cochinos, a veces colgaban gallinas en las ventanas del autobús, las cuales, llegaban lista para hacer un hervido.
Ese viaje al pasado, para ilustrar una Venezuela rural de la época, en la cual, nació Edgar Sánchez;  vino al mundo un 27 de Septiembre de 1940. Su infancia transcurre en Aguada Grande. En los años 50, llega a Barquisimeto. Comienza a estudiar pintura en la Escuela de Arte Plástica en el año 1954, que dirigía el maestro José Requena. Muy rápido, pero seguro de él mismo, la tela o el cartón van llenándose de pinceladas de colores, ejecutados con pequeños toques que Edgar colocaba con atrevimiento, pero al mismo tiempo con cuidado y precisión. En los años  1959- 1960, fuimos juntos a pintar en la Cuesta Lara, en ese  momento, su color se ha enriquecido,  ya tiene un conocimiento de cómo pintar, es como si el pintor francés Paul Cezanne, lo guiara. Ya anda  afirmando  y perfeccionando su planteamiento plástico.
En los años 60, viaja a Caracas a  estudiar arquitectura en la Universidad Central de Venezuela;  ahora, el olor a trementina y el óleo lo comparte con el lápiz, la mesa de dibujo y el caballete. Los  consejos y las palabras de José Requena siempre perduraban en sus oídos, en ese momento, son las enseñanzas de Carlos Raúl Villanueva,  los nombres de Paul Seurat,  los impresionistas y los puntillistas francesas se armonizan con las enseñanzas de las Bauhaus , de Frank Lloyd Wright y su “Casa de la cascada”, y otros grandes arquitectos forman su entorno. La superficie blanca del papel, el escalimetro, la escuadra y la regla se mezclan con formas abstractas  y líneas realizadas con tinta china y  pintura al óleo.
Muy rápido va madurando su trabajo. En esos viajes repentinos que hacía a Barquisimeto, en vacaciones.   Se dedicaba a pintar en la escuela de arte,  obras de un gran dibujo, figuras regordetas y realizadas con gran dominio de la línea, pinceladas que quedaban allí, colocada, con  experiencia y seguridad. Para mí, era un enlace con Caracas, cada llegada, me aportaba una visión del mundo de la plástica. Recuerdo cuando Edgar me regaló una pluma especial para dibujar, pero la pluma traía el dominio y la maestría de su mano, y, así, me influenció muy brevemente mi obra. Con la diferencia que yo buscaba  ir construyendo esas figuras dentro de una forma muy geométrica, mientras Él, buscaba cómo desnudar, cómo diseccionando esas formas, ir más allá de lo corporal y llegar a la interioridad de esas figuras;   fondo y formas humanas se mezclaban y se equilibraban mutuamente; rica en colores pastosos.
Lo visité en su taller de los Chaguaramos, por allá en los años 1964, y, como dice el  adagio popular: “Lo que es para el cura, va para la iglesia”. Ya su mundo eran los pinceles, la tinta china y el óleo; las herramientas de arquitectura, los pinceles, los lienzos y la trementina ya formaban parte de su vida, pero en pocos años, los estudios de arquitectura se convierten en un pasado, ya que el presente, para ese entonces, ya serian los colores y las telas. La decisión había sido tomada: ser pintor. Trabajador incansable, dibujante de gran dominio y pintor por convicción.
En épocas pasadas, sus telas y en sus papeles se han llenada de figuras de labios silenciosos pero que comunican por su textura y matices, soliloquio de formas y armonías, rostros de formas inventadas que nos envía a iconos de gran belleza…, huellas del tiempo, dejando trazos grises y de colores sobre los lienzos como elementos que cuentan una historia,  como también, cuadros donde la multitud camina en un paisaje silencioso, donde los puntos de colores se comunican entre ellos, en un  mundo urbano y pleno de construcciones arquitecturales; ruidos de la urbe, caminantes sin rumbos, personajes envueltos en pensamientos  cotidianos, pero rodeados en una atmósfera de armonías de colores.
Ha sido acreedor de infinitos premios como lo son: Premio Roma, Premio Henrique Otero Vizcarrondo y José Loreto Arismendi, Premio Nacional de Pintura 1999,  Premio en el Salón Michelena. Fue profesor de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas. Vivió en Nueva York de 1970 a 1972 y trabajó en Print making Workshop y de infinitas exposiciones e individuales en Venezuela y allende, nuestras fronteras. Edgar es un artista, que le ha dedicado su vida al arte, ha dicho: “Pintar es un arte de profunda reflexión”. Y, es verdad, cada línea, cada color, cada etapa de Edgard Sánchez han sido momentos de reflexión, ayer, hoy y siempre será un artista, ese artista que salió de Aguada Grande y que al llegar a Barquisimeto quedó sorprendido por el cielo de Barquisimeto.
La UCLA en sus 50 años, le ha otorgado el doctor honoris causa, al pintor Edgar Sánchez, hoy, Aguada Grande tiene un nuevo doctor, que no cura enfermedades, es un doctor de formas, líneas y colores, nosotros los  barquisimetanos estamos contentos de este gran reconocimiento, a un gran creador, a mi amigo, quien me regaló una pluma para que yo dibujara ¡Felicitaciones doctor Edgar Sánchez!

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