La unión que Digneiber José Figueroa Castillo, de 16 años de edad, tenía con sus padres Digno Figueroa y Carmen Castillo terminó hace dos años cuando un proyectil que dispararon desde un carro en marcha en Santa Isabel impactara la espalda del menor, le perforará una arteria y muriera desangrado minutos mas tarde en el seguro social Pastor Oropeza.
Digneiber fortaleció la unión de la pareja cuando nació en el 94. Los padres desde muy temprana edad comenzaron a fijar la esperanza en que Digneiber se convirtiera en un gran hombre. Cuando tenía 7 años la mamá lo inscribió en la Escuela de Béisbol Menor Antonio Álvarez, desde entonces comenzaron a apoyarlo para que se convirtiera en un atleta de alta competencia y orgullo de la familia.
Comenzaron a ir a los campos de béisbol a ver de cerca el desarrollo de Digneiber como pelotero.
Los padres lo acompañaban a todos los partidos, la meta era clara: que el mayor de los Figueroa Castillo se convirtiera en un excelente pelotero, pero en especial en una buena persona. El béisbol, que era su mayor de su pasión, lo combinaba con sus estudios en la escuela, donde siempre figuró como un estudiante sobresaliente.
Al poco tiempo El Niño como le decían sus familiares por cariño desarrolló un gran talento. Sus allegados siempre lo veían con guante, pelota y un cuaderno en la mano, no había espacio para el ocio, cuando no practicaba al béisbol estaba entregado a sus obligaciones escolares.
Verlo practicar con su padre al béisbol, era una rutina. El papá que fue pelotero y ahora árbitro profesional, le combinaba las prácticas de bateo y fildeo. Hasta los doce años estuvo en la Escuela Antonio Álvarez, siempre se desempeñó como receptor, pero a los 12 años pasó al equipo de la Ucla, donde los técnicos le observaron aptitudes para lanzar. “Con la Ucla comenzó a destacar a nivel nacional, me pedía que le leyera las noticias que salían publicadas en los medios impresos, le encantaban porque siempre elogiaban sus labores monticulares”.
La madre aún conserva muchos de los trofeos que ganó en torneos nacionales e internacionales como campeón bate, líder en cuadrangulares, mejor lanzador abridor y mejor pitcher relevista. Esas buenas actuaciones despertaron el interés de diferentes scouts de equipos de las grandeligas quienes seguían de cerca su talento como lanzador, fildeador y bateador.
El sueño de Digno, el padre, comenzaba a hacerse realidad: su hijo con excelentes jugada captaba la atención de los cazatalentos de las mayores. “Yo también me dediqué a jugar la pelota cuando era joven. Fui catcher y los Navegantes del Magallanes vinieron dos veces a mi casa para firmarme, pero yo siempre quise jugar con el Cardenales de Lara y cuando venía a la casa ese scaout a hablar con mi madre para firmarme, yo le pedía a ella que le dijera que no, porque sólo quería jugar con Lara y así dejé ir mi oportunidad de ser profesional”.
Digno siempre pensó que su hijo sí llegaría al profesional, donde él no estuvo por un capricho juvenil. “Todo el tiempo pensaba que El Niño si llegaría a las mayores y me dediqué siempre a entrenarlo, peroya ves, tampoco pudo ser”.
Dos días antes de su muerte, Digneiber había impresionado a cazatalentos de los Medias Blancas de Chicago, Atléticos de Okland y Piratas de Pittsburg. El lunes siguiente debía viajar a Miranda, en Carabobo, donde nuevamente observarían su talento para hacerle una propuesta salarial, para las ligas menores, pero el destino le había preparado una partida precoz. “Recuerdo que horas antes de que lo mataran regaló sus tacos, el guante y sus uniformes, yo le pregunté que por qué lo hacía y me respondió que ya no los necesitaría más. A las horas me llamaron para decirme que lo habían herido que estaba en el seguro, pero cuando llegamos ya había muerto”, comentó desconsolada la madre.
Recordó que después de la muerte del joven no quiso entrar más a un terreno de béisbol, porque le da mucha tristeza. Duró varios meses sin dormir, por el dolor, no dejaba de pensar en el mayor de sus hijos. Ahora está controlando la depresión con la ayuda de psicólogos y asistiendo a oraciones en la Iglesia San Judas Tadeo, que queda en la zona. Dice que tiene otras dos hijas, pero todos son diferentes, que ningún hijo reemplaza a otro. “Este dolor lo llevaré hasta que vuelva a reencontrarme con él”.
El pistolero que truncó su vida acabó con un proyecto de vida que él, junto con sus padres y demás familiares había labrado desde la infancia con esfuerzo y disciplina.
Noche de infortunio
El sábado 19 de junio de 2010 en horas de la noche Digneiber José Figueroa Castillo, de 16 años, salía de una casa en las cercanías de la avenida 6 de Santa Isabel, cerca de su casa, cuando de pronto pasó un carro y dispararon hacia un grupo de personas que estaba cerca de él. Todo el mundo corrió, él también trató de resguardarse, pero una bala lo impactó por la espalda y le salió en el pecho.
El joven fue socorrido por los presentes y se lo llevaron al Seguro Social Pastor Oropeza, pero el proyectil le perforó una arteria y murió desangrado.
Dos años han pasado, pero el crimen del joven prospecto del béisbol, no ha sido esclarecido. Una persona que presuntamente vio cómo ocurrió el crimen aseguró a los funcionarios del Cicpc que no sabía nada y el caso quedó impune.
El joven además de dedicarse al deporte, destacó siempre en sus clases. Cuando lo asesinaron acababa de aprobar el cuarto año de bachillerato. Por tres años entrenó con la Ucla, donde por su talento deportivo y su rendimiento académico, le habían ofrecido cupo para cualquier carrera. Los familiares dicen que han dejado el crimen en manos de Dios, que él será quien haga justicia.
Fotos: Emanuele Sorge