En 1950 fue declarado el Dogma de la Asunción, por el que sabemos que María está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma.
Sin embargo, no quedó definido si la Santísima Virgen murió o no.
Los católicos hemos quedado en libertad de creer una u otra cosa. Juan Pablo II pensaba que sí murió. ¿Murió la Santísima Virgen María?
Durante la turbulencia de los años 60 un importante, pero equivocado teólogo se atrevió a difundir que éste era un “dogma inútil”.
Sin embargo, el Catecismo (#966) nos dice que la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo es una anticipación de nuestra futura resurrección. ¡Nada menos! Como que no es tan “inútil”, ¿no?
La importancia de este dogma radica en la conexión que hay entre la Asunción de María y nuestra futura resurrección. El que María, ser humano como nosotros, se halle en cuerpo y alma, glorificada en el Cielo es algo crucial, porque es un anuncio de nuestra propia resurrección.
Veamos con más detalle en qué consiste eso que los católicos tenemos como uno de nuestros dogmas. Y ¿qué es un dogma? Es una cuestión que es verdad y que estamos obligados a creer.
Después de morir, las almas de las personas que se salvan pueden pasar por una fase de purificación (purgatorio). Después de terminar su purificación estas almas van pasando al Cielo. Hay algunos pocos cuyas almas llegan directamente al Cielo. Pero, aun habiendo llegado al Cielo, todo el que muere debe esperar el fin del mundo para que su alma inmortal vuelva a unirse con su cuerpo en calidad de gloria- que en eso consiste resucitar.
Sin embargo, no fue así para la Santísima Virgen María, quien no tuvo que esperar. Ella fue glorificada tanto en su alma, como en su cuerpo, al finalizar su vida terrena, sin tener que esperar el final. En esto precisamente consiste el dogma de la Asunción.
El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre el tema, explicó esto así: “El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio” (JP II, 2-julio-97).
María, un ser humano como nosotros -salvo por el hecho de haber sido preservada del pecado original- está en la gloria del Cielo. ¡Y está ya en cuerpo y alma!
¿Qué más nos recuerda la Asunción de la Virgen al Cielo? Que nosotros hemos sido creados por Dios para el Cielo, para vivir para siempre en esa felicidad inesperada e indescriptible.
¡Ahh! Pero cada uno es libre de alcanzar esta realidad o de rechazarla. De hecho, unos cuantos la rechazan, rechazando a Dios. Y otros la arriesgan, prefiriendo a otras cosas por encima de Dios. Parece cosa de tontos, ¿no?
De nuevo, los cuerpos de los seres humanos, o han sido cremados, o se descomponen después de la muerte. Y sólo en el último día volverá a unirse cada cuerpo con su propia alma.
Pero todos resucitaremos: los que hayamos obrado mal y los que hayamos obrado bien. Será la “resurrección de los muertos (o de la carne)”, que rezamos en el Credo. “Unos saldrán para una resurrección de vida y otros resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 29).
Sigamos a María. Ella nos espera en el Cielo y nos ayuda a llegar.