#Opinión: La importancia de educar Por: Rafael María de Balbín

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Se acaban de cumplir cincuenta años del comienzo del Concilio Vaticano II, el gran acontecimiento eclesial del siglo XX. Y descubrimos, al reelerlos, la vigencia y actualidad de sus documentos para nuestra circunstancia presente.
Pensemos, por ejemplo, en la Declaración Gravissimum educationis (Sobre la educación cristiana), que fue promulgada por el Papa Pablo VI el 28 de octubre de 1965, como resultado de las deliberaciones conciliares. En la Introducción se señala “la importancia decisiva de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo. En realidad la verdadera educación de la juventud, e incluso también una constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho más conscientes de su propia dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social y, sobre todo, en la económica y en la política; los maravillosos progresos de la técnica y de la investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen a los hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre de otras ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente con una comunicación más estrecha que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos”.
A nivel mundial se ha ido tomando conciencia de la importancia de la tarea educativa para el presente y el futuro de la humanidad; “se declaran y se afirman en documentos públicos los derechos primarios de los hombres, y sobre todo de los niños y de los padres con respecto a la educación. Como aumenta rápidamente el número de los alumnos, se multiplican por doquier y se perfeccionan las escuelas y otros centros de educación. Los métodos de educación y de instrucción se van perfeccionando con nuevas experiencias. Se hacen, por cierto, grandes esfuerzos para llevarla a todos los hombres, aunque muchos niños y jóvenes están privados todavía de la instrucción incluso fundamental, y de tantos otros carecen de una educación conveniente, en la que se cultiva a un tiempo la verdad y la caridad” (Ibidem).
Toca a la Iglesia, en cumplimiento de su misión de anunciar a los hombres el misterio de la salvación de instaurar todas las cosas en Cristo, ocuparse de la tarea educativa, derecho y deber universal. “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación, que responda al propio fin, al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz” (Ibidem, n. 1).
La promoción humana y cristiana de jóvenes y menos jóvenes es tarea que compete a todos los ciudadanos, y en concreto  a los cristianos. “Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuanta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en la cultura ordenada y activa de la propia vida y en la búsqueda de la verdadera libertad, superando los obstáculos con valor y constancia de alma.
Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual. Hay que prepararlos, además, para la participación en la vida social, de forma que, bien instruidos con los medios necesarios y oportunos, puedan participar activamente en los diversos grupos de la sociedad humana, estén dispuestos para el diálogo con los otros y presten su fructuosa colaboración gustosamente a la consecución del bien común”; “los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estime a apreciar con recta conciencia los valores morales y a aceptarlos con adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos o estén al frente de la educación, que procuren que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho. Y exhorta a los hijos de la Iglesia a que presten con generosidad su ayuda en todo el campo de la educación, sobre todo con el fin de que puedan llegar cuanto antes a todos los rincones de la tierra los oportunos beneficios de la educación y de la instrucción”. (Ibidem)
La educación es tarea que corresponde primordialmente a los padres, con la ayuda subsidiaria de los centros educativos, privados y públicos. Pero la responsabilidad nativa de los padres no es sustituible por nadie. No es Papá-Estado el principal educador, y el avasallamiento de los progenitores atentaría contra el derecho humano básico a la educación por parte de las familias de los alumnos. El totalitarismo educativo constituye un abuso, que iría también en detrimento de la misma calidad en la educación de las personas.
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