#OPINIÓN Fronteras difusas

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La emigración es un fenómeno reciente para los venezolanos, con ella el país pasa a engrosar la lista de naciones cuya población entra en la dinámica migratoria a nivel mundial. Esto ocurre justamente cuando las barreras tienden a levantarse en el mundo, como ha ocurrido con el caso más reciente y sonado de la Administración Trump separando familias como parte de la política migratoria (pero que no es el único). Este hecho, como otros, no es casualidad, se sustenta en la percepción sobre el papel pernicioso que tienen los inmigrantes para las sociedades que los reciben, tal como se señala en el artículo publicado por el New York Times titulado Immigration Myths and Global Realities.

La forma como cada país reacciona ante las presiones migratorias depende de factores políticos y sociales, los primeros centrados en los intereses a nivel de Gobierno sobre el tipo de migración que se está dispuesto a recibir en función de aspectos tan disímiles como intereses económicos o Derechos Humanos, en base a lo cual se establecen Políticas al respecto (unas formales, y otras menos formales que consisten en “mirar para otro lado”). El segundo elemento, el social, incide en el primero y además es quizás el más complejo, pues se refiere a la posibilidad real que tienen los inmigrantes de incorporarse a la dinámica del país que los recibe.

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Lo político y lo social se conjugan de tal manera que la emigración puede ser un proceso complejo, el cual muchas veces coloca a la persona que decide dejar su país indefenso en mayor o menor grado según la manera como decide emprender su viaje, así como de otras circunstancias tales como cuál es el país que lo recibe, los vínculos que tenga en el lugar de destino, e incluso el dinero del que disponga. En Costa Rica, por ejemplo, a nivel del alto gobierno se ha implementado un protocolo de atención a los emigrantes nicaragüenses producto del conflicto actual, en Chile y Perú se hizo lo propio con los venezolanos, a la vez que otros países de la región optaron por “cerrarse” (algo también válido).

El tema migratorio es complejo justamente porque coloca sobre la mesa un debate de fondo relacionado hasta dónde debe llegar la legalidad frente a Derechos Humanos fundamentales. Las fronteras son líneas imaginarias, divisiones políticas que separan un sistema de otro. ¿Qué ocurre con esa persona que se encuentra justamente en el limbo entre su país de origen y el país de destino? En cuestión de horas, sino de minutos, al cruzar de un lado a otro todo el aparataje de leyes cambia, de pronto deja de ser un ciudadano y se convierte en el mejor de los casos en un “residente” o “turista”, y en el peor de los casos en un “ilegal” o “sin estatus”. En ese vacío, cualquier cosa puede ocurrir.

Cada país, incluyendo sus gobiernos y su gente, actúa frente a este escenario en base a sus valores y leyes, y lo hacen con todo derecho. Sólo es importante recordar que la migración ha sido un proceso natural a lo largo de toda la historia de la humanidad, y todo parece indicar que es un tendencia creciente, quizás sea importante repensar muchos de los conceptos que sustentan al Estado Moderno como ente cerrado (una frontera implica cerrarse). Para ello desmitificar lo perjudicial de la migración es clave, como también lo es reconocer sus beneficios, para ello la actitud de quien emigra es sin duda una pieza fundamental.

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