La mejor manera de garantizar que un resultado jamás se logre es ponerle condiciones imposibles. A comienzos de los años 1960 la comunidad internacional exigía “unidad” al exilio cubano como elemento esencial para acabar con aquella dictadura -algunos a sabiendas- que no había manera de conciliar todas las opiniones e intereses de una multitud tan abigarrada.
En Venezuela se repiten elementos de esa triste experiencia. El movimiento democrático venezolano está permanentemente unido en su deseo de erradicar el esperpento político, económico y social implantado en el país. A lo largo de 20 años ha expresado su unidad fundamental con renovado entusiasmo cada vez que se presentan iniciativas viables.
Pero es ilusoria la unanimidad en un amplio movimiento democrático donde conviven desde socialistas democráticos hasta promotores de Von Mises, pasando por egocéntricos tan profundos que se consideran dueños de toda la verdad, y otros que actúan como esos vecinos de condominio que todo lo critican, pero nada hacen por la comunidad.
El puntillazo definitivo a un régimen de pura fuerza bruta requiere un fuerte componente armado que difícilmente girará en torno a cualquiera de los distintos civiles que inermes se enfrentan a la tiranía. Pero ponerle un punto final a la tragedia va a requerir muchos factores, iniciativas y liderazgos igualmente importantes y esenciales.
Lo importante es que todos sean parte de la solución y no del problema, y que en cada frente de acción se desarrollen acciones positivas para acabar con la dictadura, sin descalificar las contribuciones de unos y otros. No se puede extinguir un totalitarismo imponiendo otro de distinto signo.
Resulta altamente contraproducente que ciertos presuntos opositores propaguen infamias contra otros en medios sociales y ante asombrados interlocutores externos que terminan metiendo a todos – criticones y criticados – en un mismo saco de infantil tercermundismo.
Más que repetir ese continuo mantra de unidad es imperativo exigir y reconocer la decencia, la seriedad y el comedimiento, aislando e ignorando a todos esos mezquinos y petulantes narcisistas que restan credibilidad al movimiento democrático y permanentemente le hacen el juego al régimen.
Es hora de reemplazar el culto a la unidad en abstracto por una sólida cultura de acción que dentro y fuera del país libre la batalla definitiva contra la dictadura, dejando de lado a toda la cuerdita de mapurites (mefítidos) sin oficio que no encuentran más modo de protagonizar que difamando a quienes realmente dan la cara por Venezuela.