El 2 de junio acaba de celebrarse el 72º aniversario de la República Italiana, que en enero ha conmemorado los primeros setenta años de su Constitución. Es oportuno saludar a la nutrida comunidad italo-venezolana, con derecho a considerarse parte de nuestra nacionalidad. No hay rincón de nuestra geografía ni nuestra personalidad como pueblo sin su huella.
El discurso del Embajador Mignano, escrito y pronunciado con inteligencia, me hizo recordar aquel de Alcide De Gasperi en 1946. La República depende del compromiso solemne y definitivo, del pueblo convertido en ciudadanía, cuya obra es la defensa de esta cosa pública “y en ella la libertad, que es el bien supremo”.
Sus palabras trascendieron la ocasión. Empezó por Ladrones de bicicletas, la película dirigida por De Sica basada en la novela de Bartolini para decirnos que los países pasan horas oscuras. Las viven, las sufren y las pasan. Una invitación, acaso oblicua, a reencontrarnos con ese optimismo venezolano que se nos ha extraviado en esta crisis larga. Y sin querer queriendo nos muestra la receta al leernos los primeros artículos de la Constitución italiana. “Artículo 1. Italia es una República democrática fundada sobre el trabajo. La soberanía pertenece al pueblo, que la ejerce en las formas y en los límites de esta Constitución».
Una República democrática es un proyecto común de igualdad y libertad. No admite discriminaciones ni exclusiones y la pluralidad que alberga que es la diversidad naturalmente propia de la vida social, no quiere decir que legitime divisiones. Al contrario, ofrece canales institucionales para procesar las diferencias, promover los equilibrios y fomentar las oportunidades para que todos avancen.
La República democrática es una idea sencilla de muy difícil realización, porque es exigente. Para poder dar, pide y lo que pide no es poco. Porque pide en proporción a la vida libre que ofrece.
Y, además, fundada en el trabajo. Trabajo que es creación, esfuerzo, empeño tan tesonero como inteligente, porque implica aprendizaje que nunca concluye, pues a medida que avanza en logros se asoma a otros más y nos llama a hacer más y a hacer mejor. El trabajo y la libertad se emparentan en la dignidad humana. Son consanguinidad radica en que uno y otra son propios de la persona.
¿Cómo no iba a repicar en mí la advertencia fundacional? Para serlo, la República democrática es obra de pueblo.