#OPINIÓN Leer de pobres

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No es verdad que el tiempo lo degrada todo: puede destruir al mal vino y ennoblecer al bueno; puede poner en evidencia a tantos libros escritos para gente estúpida y convertir en incunables a los buenos autores que muchos años después de su última reimpresión nos retan desde sus hojas que se desprenden como en un otoño literario, o que no podemos subrayar de tan amarillas y frágiles que están…

Leer es hoy un oficio de pobres. Hay que rebuscar entre las librerías de viejo y, algo impensable con los libros nuevos, regatear el precio haciendo caso omiso al llamado de la conciencia que nos recuerda a gritos que el librero tiene derecho a vivir con dignidad, no importa si el autor del libro regateado pasó, el también, años de hambre.

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Las librerías de viejo son nuestros nuevos parques de aventuras. Son como casas de terror y del misterio. Buscamos libros donde el cuervo de Poe, trasmutado en buhonero, nos diga el funesto “Never more” con el que nos enteramos que el libro que buscamos hace tiempo que ya no lo tiene.

Hoy los buenos amigos no nos brindamos en la cafetería, a ellas vamos a ejercer el santo oficio de la amistad intercambiando libros y comprobando que somos buenos amigos porque nos los devolvemos. Y todo esto bajo la mirada reprochadora del mesonero porque sabe que estaremos ahí un tiempo largo sin consumir nada: o pagamos el cafe o nos quedamos sin pasaje para el autobus.

Hay libros viejos, pero no hay escritura vieja, lo que si abunda es literatura impertinente, es decir, que ya no es pertinente al tiempo presente, que está fuera de lugar. Pero mucha encaja perfectamente. Hace unos días compre tres libros a precio de papel viejo. Uno de ellos es una historia de la revolución francesa y ya en la quinta página sabía por qué el régimen de Maduro no va a durar. Lo que si no me ayuda a saber es cuantos muertos necesita para terminar de irse, o de quedarse, pero preso.

Otro me está ayudando a entender los problemas filosóficos de la física contemporánea. El librito tiene 50 años de publicado y me consuelo pensando que la filosofía cambia muy poco con el paso del tiempo; pero lo malo es que la ciencia si cambia y rápido. ¿Cómo entender hoy los problemas del tiempo y del espacio en la ciencia posmoderna cuando el referente que estoy leyendo es el de la física newtoniana?. Tal vez tenga que aceptar que, aun hoy, en materia de filosofía del tiempo no se haya podido superar a San Agustín, quien se vio obligado a admitir que entendía que era el tiempo, pero que no podía explicarlo.

Pero la monedita de oro en el fondo del arcón fue “Kilómetro cero”, el libro de Leonardo Padrón. Si no fuera porque el ya existe y ha escrito excelentes libros, lo juro, yo escribiría como él. No sería ni envidia ni robo porque yo sería él, estaría suplantando a una persona inexistente y seguro que nadie se daría cuenta. Incluso me daría mucha nota saber que mis libros –perdón, los de mi otro yo- hasta de viejos se siguen vendiendo y gustando. Que nadie me salga con esa dialéctica de que envidio a Leonardo Padrón: ¿Cómo se puede envidiar a quien es, simplemente, mi alter ego?

La pobreza es hoy recordar que antes podíamos leer un buen libro recién editado y pagado a precio full mientras saboreábamos un mejor ron convenientemente colonizado con la imperialísima Coca-Cola y que cínicamente llamábamos Cuba Libre. Hoy leemos un libro viejo, descuadernado y amarillento, regateado, mientras nos acompañamos de un áspero cocuy, rústico y proletario al que si le agregamos algo será solo para llamarlo, con el mismo cinismo, “Venezuela Libre”.

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