En la antigüedad pagana había multitud de dioses, sobre todo entre griegos y romanos, aunque estos últimos creo que le ganaban a todos los pueblos en esa profusión de divinidades. Tenían un dios no sólo para cada fenómeno de la naturaleza, sino para las cosas más cotidianas. Imposible aprender de memoria la enorme lista de dioses romanos que nos da San Agustín en su obra La ciudad de Dios, aunque es curioso revisarla por las insólitas deidades menores que encontramos.
La diversidad de dioses es una característica de los pueblos primitivos y es lógico, porque sin un desarrollo cultural, trataban de explicarse lo mejor que podían ese complicado mundo que los rodeaba. Veían dioses en todo por carencia de conocimiento y razonamiento. Lo extraño es que, avanzados en ciencia y arte, cuna como fueron de nuestra civilización, griegos y romanos no llegaron a intuir el monoteísmo, si acaso muy tarde, cuando aparecen los filósofos que tuvieron atisbos de éste, como chispas brillante, tales, Platón y Aristóteles (siglos V y IV a.c.).
En cambio, el pueblo judío, con mucho menos luces intelectuales, entre pueblos bárbaros, llegó temprano al Dios único. Sin embargo, debemos señalar que fue por revelación: Dios les habló. ¿Por qué sólo a ese pequeño, primitivo y desconocido pueblo nómada? Sin argumentos para justificarlo, sólo podemos decir: porque Dios sopla donde quiere.
Es lógico concluir que, para tantísimas divinidades, se necesitaban tantísimos ministros para el culto y hasta las mujeres, tan pospuestas en la antigüedad, llegaron a ofrecer el incienso en las aras de los sacrificios. Hubo muchas sacerdotisas y hasta otras figuras como los vírgenes vestales que servían en los templos… no siempre tan vírgenes. Movimientos feministas pretenden hoy reavivar el sacerdocio femenino en la civilización judeo-cristiana. Lo han logrado ya tanto en la sinagoga –hay mujeres rabinos- como en algunas iglesias protestantes, pero les falta poner la pica en Flandes: la Iglesia Católica y Apostólica. ¿Lo lograrán? No. Y voy a dar la principal razón, pero antes hablaré del falso feminismo.
Esas señoras radicales, que andan descomponiendo la moral del mundo con sus manifestaciones grotescas, lo que expresan es que son grandes aduladoras del machismo. Tienen el complejo de que sólo lo que hacen los hombres es valioso y a juro quieren hacerlo ellas también. No son las verdaderas y valientes luchadoras por los derechos de la mujer que han marcado la historia y enaltecido su feminidad. Son su caricatura.
En a Iglesia Católica, el sacerdote cuando llega revestido al altar y con su estola al confesionario, ya no es él, es Cristo. Y sobre todo al consagrar el pan y el vino en la santa misa, con palabras que no se pueden cambiar, porque no se realizaría la transubstanciación, dice, en primera persona: … este es mi cuerpo… esta es mi sangre. Es el mismo Cristo, sacerdote y víctima, que realiza el milagro. Si el sacerdote fuese una mujer, ¿no tendría que haber un cambio de sexo? Este cambio no es coherente con la lógica humana y mucho menos con la de Dios. Cuando Jesús instituyo el sacerdocio y la Eucaristía tuvo que tomar en cuenta esto.
En cambio, para gloria de la mujer, la única carne y la única sangre presentes en la Eucaristía son las de la Virgen María, porque sin padre humano, son éstas la que formaron el cuerpo del Hijo de Dios. Esto a mí me llena de plenitud gozosa, me basta y, otra cosa… ¡me siento inmensamente libre de la posibilidad de pasarme horas en confesionario oyendo las miserias ajenas y tener que perdonarlas!