La Cumbre de las Américas, es decir, la iniciativa de una reunión periódica entre los mandatarios del continente para abordar los problemas comunes tiene en sí misma un inmenso potencial, porque expresa el propósito de trabajar en conjunto por el progreso de todos los participantes y encierra la voluntad de abordar los conflictos por medio del diálogo y la diplomacia. Sin embargo, ha sido poco lo que se ha avanzado, tal vez porque el propósito inicial, el de la primera Cumbre fundadora, la de Miami en 1994, se sustentaba en una visión unilateral de la integración económica y se basaba en la ideología en boga para entonces del liberalismo económico extremo.
Y ahora que ha pasado el tiempo ¿qué puede esperarse de la Cumbre de Lima? Sería en realidad una gran oportunidad para que los países del hemisferio abordaran las tensiones existentes entre intereses divergentes para buscar puntos de encuentro. Como siempre, está pendiente en la agenda la creación de mecanismos de cooperación e integración económica, la lucha contra las desigualdades sociales, la amenaza de las guerras en varios puntos del planeta, los derechos humanos.
Sin embargo, aparte del saludo a la bandera de la lucha contra la corrupción, pocos problemas reales serán abordados en Lima: ni la persecución política en Brasil, ni el muro de la frontera mexicana, ni el retroceso de los derechos sociales en los países de la región. Por supuesto, la situación de Venezuela será tratada. Su sola ausencia ya la coloca en primera línea. Por lo demás, son inocultables las grandes dificultades por las que atraviesa: aguda conflictividad política, caída de la producción petrolera, industrial y agrícola, hiperinflación, deterioro de los servicios públicos, ineficiencia de la gestión gubernamental.
Sería de esperar que se abordaran estos problemas desde la perspectiva de la cooperación y la búsqueda de soluciones a través del diálogo y la diplomacia. Ya existen precedentes para hacerlo así, como el Grupo Contadora en su oportunidad o las recientes conversaciones de paz de Colombia. Pero todo indica que un importante sector de la política estadounidense y varios países han preferido escoger otro camino. No por casualidad el grupo de Contadora es tan distinto al de Lima.
El primero buscaba la paz, el segundo se ha hecho parte beligerante de una confrontación. Y a pesar de que no existe ninguna normativa internacional que permita la intervención de uno o varios Estados sobre otro Estado para cambiar sus políticas o su Gobierno, se ha escogido el camino de las sanciones y el bloqueo, sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Es muy probable que estos países aspiren a que la Cumbre valide el camino de pugnacidad tomado hasta ahora. En la práctica, será el venezolano común el que sufrirá las consecuencias de una decisión que amplíe el bloqueo actual. Pero también es posible que prevalezca la sensatez, y en lugar del leguaje de las sanciones se imponga el diálogo y la voluntad de paz.