Es casi un elogio llamar “dictadura” a un burdo régimen forajido. Dictaduras son formas de gobierno y algunas dejaron importantes legados positivos; pero la pandilla facinerosa que hoy desgobierna en Venezuela no trae más que miseria, destrucción y degradación.
Aquí la mezcla de anarquía, torpeza, ignorancia, desidia, vandalismo y rapiña es más parecida a la de ciertos primitivos huecos africanos que a cualquier dictadura occidental medianamente competente.
Aún la etiqueta “comunista” queda grande a la vulgar barbarie que en Venezuela liquida los últimos vestigios de civilización. Hasta en Corea del Norte y Cuba hay un orden y cierta disciplina social.
Del creciente vacío económico, político y social aparecerán fuerzas internas que impongan orden en la melopea, y es ilusorio soñar con pasar de un caos a una perfecta democracia moderna sin un enérgico gobierno transitorio que establezca bases efectivas para una auténtica reconstrucción.
Son casi nulas las posibilidades de un renacer cívico sin el concurso activo de las fuerzas armadas que aquí han impuesto todos los cambios políticos desde 1811, con todas sus imperfecciones. Por eso es inoportuna y profundamente contraproducente la discriminación que algunos incitan contra ciertos ex-colaboradores del régimen que hoy se distancian del fatal desbarajuste.
Venezuela jamás hubiese tenido 40 años de democracia si semejantes reparos se hubiesen aplicado en 1958. Que a Pérez Jiménez lo derrocaron el “bravo pueblo” y la junta patriótica es pura leyenda urbana: Los protagonistas decisivos del remate fueron el contralmirante Wolfgang Larrazábal con los coroneles Carlos Luis Araque, Pedro José Quevedo, Roberto Casanova Godoy, Abel Romero Villate y Jesús María Castro León – ningún coro de angelitos serenados.
Exigir condiciones imposibles es la mejor manera de evitar todo resultado, y es inalcanzable una perfecta unión de todos los adversarios del régimen: Siempre habrá vestales que se juran dueñas de toda verdad y dignidad; y para conseguir una acción efectiva conviene ignorar a quienes solo aportan protagonismo, verbo y aspaviento.
La abrumadora mayoría de la Venezuela cívica lleva años unida en una inquebrantable resistencia al régimen, y nadie tiene moral para cuestionar su auténtica vocación democrática. La gesta de los civiles ha sido valiente y valiosa, pero para culminar la tarea se hace imprescindible sumar otras fuerzas decisivas en un nuevo y amplio frente, buscando el concurso de quienes tengan las armas necesarias para abrir paso al futuro – sin muchos tiquismiquis desubicados.