Mi esposa me comenta que tiene días despertándose con la imagen de una niña, a quien vio por los lados de un centro comercial, hurgando junto con sus hermanitos, en los basureros. De entre 7 y 9 años, los niños buscaban cualquier cosa para mitigar el hambre.
Me lo refiere mientras sus ojos enrojecidos buscan una explicación a semejante violencia y degradación contra la población más vulnerable: los niños.
Las estadísticas de las agencias que trabajan en estos asuntos, como la fundación Bengoa, Cáritas o universidades, como la Central de Venezuela, Simón Bolívar o Andrés Bello, sitúan la pobreza en poco más del 87%. De ese universo, sobre el 60% se encuentra en pobreza extrema. Eso indica que apenas si pueden comer un plato de comida caliente a la semana. Del resto, son sobras que encuentran en las bolsas negras que pululan por la ciudad. Es la cruda realidad de un país cuya sociedad se encuentra en extremo riesgo de desnutrición y comienza a sufrir otros padecimientos, como enfermedades infectocontagiosas: paludismo, tuberculosis, o los riesgos de contagio de cólera por el uso de aguas contaminadas.
Es la realidad de un país donde la agresión contra la población viene desde el mismo gobierno de Estado, convertido en régimen totalitario. La población está siendo maltratada, humillada, segregada y condenada a una violencia diaria y permanente. Se nota cuando por las madrugadas las interminables colas de ciudadanos dibujan frente a los abastos, mercados y supermercados, el sufrimiento de quienes buscan aunque sea un kilo de harina de maíz precocido para hacer las arepas.
Esta es la Venezuela del hambre y la miseria. Un país que muere lentamente frente a los ojos del mundo. Es la realidad que se vive todos los días. Como esta donde un infortunado venezolano muere de hambre en los calabozos de la policía. O de tres neonatos muertos en un hospital público porque falló el suministro eléctrico y los respiradores artificiales dejaron de funcionar.
Sin embargo, paralelo a este drama, a esta aberración, esta vejación continua del régimen se mueve también una sociedad que se organiza frente a la emergencia humanitaria. Alejados de la diatriba político-partidista un liderazgo comunitario se muestra en miles de organizaciones, desde asociaciones vecinales, grupos de apoyo religiosos, hasta ONGs., para proteger a los ciudadanos, sea contra las detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones forzosas, asesinatos selectivos o masacres, hasta la segregación por razones políticas (obligación de tener el carnet de la patria para recibir alimentos y medicinas).
Constantemente están trabajando estas organizaciones, en todo el país, unas de manera coordinada, otras por iniciativa privada, pero todas buscando paliar el sufrimiento de una población sometida al diario padecimiento del hambre.
Ya no es solo la atención a la desnutrición infantil (que supera el 10% en desnutrición extrema) también se encuentra en riesgo inminente la población de adultos mayores. En el caso de enfermos crónicos, la situación de riesgo de muerte se contabiliza en semanas y hasta en días. Resta comentar las poblaciones más “desnutridas de todo” dentro de las más vulnerables: los enfermos psiquiátricos, indígenas y población penitenciaria.
Solo indico, en resumen, lo siguiente: una de mis sobrinas políticas me indicó hace poco que escuchó de un amigo decir que en una de las cárceles venezolanas, los prisioneros mantenían un criadero de cochinos. En ese sitio había animales recluidos en un espacio cerrado. Los cerdos los dejaban pasar temporadas sin alimentos. Esto porque el jefe (llamado “pran” Preso Renegado Asesino Nato) cuando tenía que sentenciar a algún prisionero que cometía una falta, lo condenaba a ser lanzado a los cochinos. El amigo comentaba que los gritos eran desgarradores y lacerantes. Nadie salía vivo de esa cochinera.
Es la aberración y la obscenidad de un régimen de Estado que permite, por acción planificada u omisión, que existan estos y otros atropellos contra la condición humana de los venezolanos. Sin embargo, la solidaridad, la bondad y la acción del trabajo comunitario están contagiando a la sociedad venezolana.
Hoy, mientras la arbitrariedad del Estado permite hasta la penetración de fuerzas de ocupación de otros países, disfrazados de “internacionalistas y asesores” junto con delincuencia organizada en bandas y megabandas, así como organizaciones guerrilleras y otros grupos paramilitares (colectivos), la ciudadanía organizada está respondiendo y mientras lo hace, se fortalece en su solidaridad y bondad.
Es indudable que la sociedad venezolana sabrá superar está aberración, este atropello contra sus principios y valores. La reconstrucción de la base institucional de la república será dura y costará tiempo y esfuerzo. Ciertamente. Pero la fortaleza del venezolano es superior a cualquier atrocidad y maldad.