***A la memoria del maestro Taylor Rodríguez García***
Hoy se cumplen 200 años del poblamiento definitivo de Cabudare, han pasado más de 70 mil días desde que las familias Bernal, Ponte, Marante, García y Tacoronte, entre otras, habitaron la otra banda del Valle del Turbio, desde que la semilla del hombre hizo fértil aquella sabana inmensa preñada de jabillos y paujíes. En los albores de 1818 aquel paraje larense comenzaba a ser más que un puñado de casonas, empezaba a ganar auge demográfico y significativa producción agropecuaria, y las familias que allí vivían defendían la necesidad de concretar la comunidad como parroquia religiosa.
Fue así como aquellos primeros cabudareños fieles al asentamiento de su identidad católica y al impulso del crecimiento de ese pedazo de tierra que les daba el alimento, se movilizaron hasta la Caracas de los techos rojos para exponer ante el Gobernador del Arzobispado de la capital su deseo de conformar la dependencia.
Con esos esfuerzos se consolidó la existencia de un pueblo que doscientos años más tarde se erige como ciudad con perspectivas de desarrollo. Determinar cuál fue el génesis de esta población, al que ahora podemos referirnos con precisión y propiedad se debe a un profundo estudio científico, que siguió la pista de los documentos oficiales, una investigación de varios lustros que emprendió con infatigable compromiso el humanista Taylor Rodríguez García, quien consagró su vida intelectual al estudio del Cabudare de ayer, hoy y mañana. Ese apego cimentado en obra escrita y labor diaria, se dio gracias al nombramiento como Cronista municipal, bajo un cabildo abierto en 1997.
La responsabilidad representó para el ilustre hijo adoptivo de Palavecino, recorrer palmo a palmo cada sector de la jurisdicción para recuperar la historia comunitaria, homenajear a los cultores y maestros locales, y explorar con detenimiento entre los archivos históricos del país todos los datos posibles sobre la entidad. Todo con el objetivo de darle a Cabudare una partida de nacimiento con una investigación de argumentos científicos.
En medio de ese proceso creativo también nació la Biblioteca Don Héctor Rojas Meza en la que más de diez mil libros comenzaron a fungir como herramientas de insospechada incidencia en la reconstrucción histórica del gentilicio cabudareño y se convirtieron en epicentro del sentido de pertenencia de todas aquellas personas que las movía el interés de conocer su pasado. Además, Cabudare conoció su pasado a través de un libro que con narraciones sencillas pero de asideros probados al calor de la exploración historiográfica, caló en las instituciones de educación básica de esas latitudes, el trabajado “Kabudari, árbol grande” que constituyó un aporte fundamental; junto a incontables publicaciones periodísticas, en las que el Decano de la Prensa Nacional, EL IMPULSO, fue vitrina de las averiguaciones que dieron data exacta y motivos de orgullo a los habitantes de ese valle que se yergue impetuoso a los pies del cerro Terepaima.
Hoy, en el bicentenario cabudareño, honramos dignamente la vida de Taylor Rodríguez García, un palavecinense por convicción que abandonó su presencia terrenal hace unos meses y desbocó su espíritu a las esquinas, cerros y valles de los viejos campos de axaguas, que después fueron comarca de hacendados y esclavos y hoy son villa de trabajadores y soñadores que se esfuerzan por recuperar la vigorosidad y el tesón de trabajo de sus ancestros.