Elocuente ha sido el discurso llevado por el conocido dirigente político y unificador de la oposición, en la llamada Mesa de la Unidad Democrática, Ramón Guillermo Aveledo, en la casa del pueblo venezolano, la Asamblea Nacional, en una fecha brillante para el país porque recordó la lucha librada por civiles y militares para recobrar sus libertades individuales oprimidas por la dictadura del general tachirense Marcos Pérez Jiménez, aquel histórico 23 de enero de 1958, hace 60 años.
Aveledo, en calidad de presidente del Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, abrió su discurso lamentando que no estuvieran todos los colores políticos en el Hemiciclo, elegidos por el pueblo.
“Quisiera, porque así debe ser, así corresponde, que estuviera aquí toda la diversidad de opiniones de esa comunidad nacional agrietada que tenemos que restablecer. Aquí deberían estar los diputados y diputadas de los partidos que apoyan la línea del gobierno. Es una anomalía que decisiones de la equivocación anti política, expropien a quienes votaron para traerlos aquí, de su voz y su visión en este hemiciclo”.
Hizo mención igualmente a la ausencia de la diputada y los diputados de Amazonas, así como del representante indígena de ese estado y de Apure, sin olvidar la ausencia de los diputados hoy perseguidos o apresados, a despecho de la inmunidad que les reconoce y garantiza el artículo 200 de la Constitución, por lo que se están violando los derechos de los ciudadanos, no del Parlamento ni de los parlamentarios.
Dirigió a los diputados presentes el mensaje de que hay una esperanza cuando observa que pese a los gravísimos problemas que asaltan la cotidianidad del venezolano, tornándola en campo minado de angustia y sobresalto hasta para lo más elemental, “ustedes sigan aquí, y sin importar la arbitrariedad arrogante continúen trabajando sin rendirse ante la precariedad que les impone, a ustedes y al funcionariado, el atropello injusto y alevoso, mantengan abierta esta casa del pueblo”.
El 23 de enero de 1958 Venezuela amaneció de esperanza
Recurrió al adverbio de modo, “vivamente”, para rememorar “el enorme impacto que fue para el niño de 7 años que era entonces, aquella explosión de júbilo, aquel aire distinto que parecía respirarse, aquella sensación y convicción en mis mayores de que todo sería diferente”.
Dejó fijada repetidas veces en la mente de los presentes la esperanza y el derecho de tenerla. “En realidad, la esperanza es la cuota inicial de todas las grandes victorias (…) ese metal brillante y resistente que resulta de la aleación de fe, buenos deseos y realidades promisoras que puebla la incertidumbre de expectativas positivas. Y el entorno nos la refuerza porque pasa algo bueno que promete que el futuro será mejor”.
Al estudiante que quiere aprender y graduarse y salir adelante aquí, en su país, lo guía una esperanza. Es su derecho.
Quien trabaja duro, cumple, trata de hacerlo cada vez mejor, se supera porque tiene esperanza. Es su derecho.
El que siembra o cría para producir y progresar y su progreso nos alimenta y nos da prosperidad, aguanta dificultades gracias a su esperanza. Es su derecho.
La madre que se esfuerza por alimentar a sus hijos y verlos crecer sanos, formándose en la escuela y quiere recibirlos al regresar a su casa, por humilde que sea, porque aspira que vivan mejor que ella, se faja a punta de esperanza. Es su derecho y el de esos niños.
Los padres que con el corazón partido entre el dolor y el “es por su bien”, vieron irse a su hijo de este país que antes dio la bienvenida a la esperanza de tantos inmigrantes, albergan muy adentro la esperanza de que vuelvan. Es su derecho.
El que tiene una idea, invierte, emprende, trabaja y da trabajo, produce, se mantiene en pie gracias a su esperanza. Es su derecho.
El enfermo que acude al hospital para curarse y busca en la farmacia el medicamento que necesita para ese tratamiento que lo sane, alberga la esperanza de la salud y la vida. Es su derecho.
El ciudadano, militante o no, que lucha cívica, pacíficamente, por su idea de Venezuela, por su sueño de cambio para el país, es una esperanza. Es su derecho.
Aquel joven que decidió que su vocación era defender a su patria y que ya oficial no se conforma con que la institución que ama sea confundida con la corrupción o identificada con la represión, se hizo cadete con una esperanza. Es su derecho.
Estudiar, trabajar, crear, producir, levantar una familia, progresar, estar sano, militar en una idea cívica, servir a la seguridad de la patria, son derechos y también deberes. La República, ese proyecto que Venezuela asumió desde 1810 y que todavía dista de realizar a plenitud, es un orden de igualdad donde todos tienen derechos y deberes. Y uno básico, fundamental, es el derecho a la esperanza, ese que te llama a tu realización como persona.
Tenemos el derecho y el deber de la esperanza.
Cada uno y todos juntos, en cada región, cualquiera sea nuestra posición, en defensa propia, vamos a ejercer nuestro deber y a defender nuestro derecho a la esperanza.
No permitamos nunca que nos expropien la esperanza. Nadie, por arrogante que sea, es tan poderoso como para atribuirse la prerrogativa de expropiar al pueblo venezolano su esperanza.
Ustedes y yo sabemos, como sabemos todos los venezolanos y buena parte de la comunidad internacional, que estamos en problemas, en gravísimos problemas. Esos problemas están a la vista y, repito con Cadenas: “La única doctrina de los ojos es ver”.
Aunque hay quienes han decidido que sus ojos no vean, y niegan obstinadamente la realidad. Cierran los ojos para no ver, porque no quieren que el corazón sienta.
Al final del capítulo VII de los Derechos, Deberes y Garantías Fundamentales, el artículo 62 de la Constitución de Cuba, condiciona el ejercicio de esas libertades a que este no sea “contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo”.
Pero esa no es la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Aquí los derechos humanos, civiles y políticos no están marcados ideológicamente ni condicionados por el interés del poder. Porque este es en el Derecho y tenemos que lograr que lo sea en la vida, un país de todos. Sin divisiones, sin discriminaciones, sin exclusiones.
En Venezuela es ilegítimo y también inconstitucional, el condicionamiento político para la adquisición de alimentos o medicamentos.
En Venezuela es ilegítima y también inconstitucional, la desigualdad en las garantías para las libertades y la participación política.
En Venezuela nada, absolutamente nada, justifica ejecuciones y menos ejecuciones extrajudiciales. Procede correctamente la Asamblea Nacional cuando investiga los estremecedores eventos recientes de El Junquito, para determinar políticamente si allí han ocurrido hechos cuya naturaleza es ilegítima e inconstitucional. Y ya debería estar haciéndolo, en el plano penal, la Fiscalía General de la República.