En una circunstancia como la que vive Venezuela, es difícil desligar lo político de lo religioso y de lo social. Durante la procesión de la Divina Pastora el domingo pasado, la piel estaba muy sensible y lo continúa estando, para hacer ese deslinde que muchas veces se pide con muy poca sinceridad. El gobierno lo pide pero aprovecha para sus intereses el culto mariano que nos distingue a los barquisimetanos. El hecho religioso es, ciertamente, una relación sobrenatural personal con el Creador y un compromiso serio y definitivo con EL, para vivir la fe en toda actividad humana que desempeñemos: trabajo, familia, recreación etc. Dios debe estar presente en todas partes.
La procesión de la Divina Pastora en Barquisimeto ya lleva 162 años, es una ocasión para reafirmar esa fe en nuestro Padre Dios y renovar el compromiso de hacer un mundo más fraterno, humano y cristiano. La procesión no es para hacer política y menos política pequeña, de descalificación del adversario. Sin embargo, no se puede vivir de espaldas al sufrimiento de un pueblo que no soporta más. No sería cristiano y por tanto no sería grato a los ojos de Dios, que viviéramos una fe ajena al dolor del prójimo. A la Iglesia, como a su divino fundador, le duele el sufrimiento del enfermo, del niño desamparado y sin alimento, de la viuda y del huérfano que no tienen a quien acudir. Acude a la Iglesia, porque sabe de los miles de hospitales, hospicios, escuelas, asilos que en el mundo ha promovido y promueve la Iglesia Católica, manifestando su amor al prójimo, sin un milímetro de odio por quien no cree. A la Iglesia le duelen los presos aunque sean peligrosos delincuentes, pero sobretodole duelen los inocentes, aquellos que por razón de su pensamiento, han sido privados de libertad y son torturados, como ocurre hoy en Venezuela. Reflexionando sobre este tema, he recordado el pensamiento del entonces cardenal Ratzinger en su libro Creación y Pecado, en el cual reafirma no solo el derecho de la Iglesia a jugársela completa por el respeto a la dignidad de la persona humana, sino también el deber de cumplir esa obligación. Dice Ratzinger (futuro Benedicto XVI) que “Cuando se defienden los Derechos Humanos, cuando se proclama la dignidad de la persona humana, cuando se defiende el sagrado don de la vida y de la libertad, cuando se piden gobiernos democráticos y alternativos, cuando se solicita tolerancia y justicia social, no se hace política, sino Pastoral.” Esto fue lo que hicieron el domingo pasado, el arzobispo Antonio López Castillo, de Barquisimeto, y el obispo Víctor Hugo Basabe, de San Felipe. El primero denunció el hambre del pueblo y la corrupción y el obispo Basabe, al hablarle a los jóvenes que se plantean la posibilidad de irse, dijo: “los que tienen que irse son los que han llevado al país a este desastre”. Dos históricas homilías, como aquella del cardenal Castillo Lara en 2006.
Unas homilías históricas
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