La opinión generalizada en Venezuela desde hace unos cuantos años, es que el país enfrenta hoy la peor crisis de su historia republicana. Se puntualiza el énfasis, fundamentado éste en las múltiples calamidades que ya adquieren categoría de tragedia, y por la diversidad de las penurias, las cuales abarcan casi todos los entes y espacios de la vida nacional, tanto públicos como privados. Enumerar dichos problemas sería “llover sobre mojado”, porque es difícil que, alguna familia haya escapado de sus consecuencias.
Por otra parte también se ha universalizado el pesimismo con respecto a las soluciones que se requieren, y que son aspiraciones de toda la sociedad venezolana. Es cuesta arriba escuchar voces imparciales que apuesten a un cambio de rumbo a corto plazo. Ni de los entes gubernamentales emergen señales confiables al respecto, ni el liderazgo democrático en general parece estar a la altura de las circunstancias.
La confrontación estéril sigue siendo la agenda de todos los días. El discurso político, en vez de contribuir a la búsqueda de caminos suficientemente despejados, ofrece pocas posibilidades en cuanto a la reversión de la crisis. Dada la poca seriedad a los efectos de cumplir acuerdos entre las partes en conflicto, hasta la palabra “diálogo” ha pasado a ser un término poco esperanzador; al contrario, para una buena porción del país suena como canto de pájaro de mal agüero.
He estado reflexionando profundamente sobre ese drama (¿Karma?) con el que estamos cargando los venezolanos. Pocas luces se encienden en la vía, que permita ver el asunto con mayor claridad. Sin embargo, ganado siempre para la tesis de que los pueblos se crecen según las exigencias de cada momento, lo único que me llama la atención, como reserva moral disponible a favor del combate contra la crisis, es que en la Venezuela política y social de estos tiempos, el país podría contar con un liderazgo juvenil realmente preparado, disperso en el amplio abanico político y social de la nación.
Pienso, y supongo que muchos estarán convencidos de lo mismo, que si toda esa dirigencia juvenil menor de 36 años, llegara a reunirse con un propósito realmente patriótico, y lograran acuerdos sobre temas en los cuales haya coincidencia, la tragedia podría disminuir aceleradamente y pronto se verían halagadores resultados. Creo, incluso, que hay ambiente para un encuentro de tan significativa importancia. Lo presiento afirmativamente, porque he escuchado a un buen número de líderes juveniles, de diversos compromisos políticos e ideológicos, cuyos discursos incluyen promisorios criterios al respecto.
Si se intenta hacer un inventario de los jóvenes, hembras y varones, que están al frente de responsabilidades que la sociedad les ha confiado, la sumatoria contaría con ministros, gobernadores, diputados, legisladores regionales, alcaldes, concejales y muchos en funciones político-partidistas, académicas, empresariales y demás actividades públicas y privadas del país. ¡Quiera Dios que esa generación de jóvenes medite lo suficiente, y llegue a la conclusión que es a ellos a quienes se le están cerrando las puertas del futuro! Sin renunciar a su manera de pensar, los jóvenes pueden hacerse escuchar exitosamente, en el ámbito donde se desenvuelvan.
ANTONIO URDANETA AGUIRRE
Educador – Escritor
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