La mejor manera de ver es mirar con el corazón.
Sólo así se puede tener realmente misericordia.
Nada es porque sí, la misma vida nace mar adentro,
crece desde uno mismo y va más allá del oleaje.
En la esperanza de volver a la épica y ser eternos,
caminamos para salir de esta prisión mundana,
deseosos de que brote el amor siempre en nosotros,
anhelantes de estar abiertos a todas las preguntas.
La ternura es lo que nos resucita en cada instante,
que junto a la creencia en uno mismo, nos reanima.
Y así, cuando mis pasos cesen de andar, cansados
por el trajinar de los ciclos, y me sorprenda
la muerte, recuerda que mi alma te seguirá
acompañando y acompasando en ese vínculo
eterno que es el amar, sin condiciones
ni condicionantes, pues todo será latido y perdón.
Con razón, tras este sol severo, que a veces nos ciega,
somos el poema de Dios y hemos de regresar a Dios.
Desde la cercanía es como se abraza al celeste cielo.
Por ello, hemos de sentirnos familia en familia,
como el árbol que aglutina entre sus ramas
un vergel de sentimientos, un oasis de frutos y frutas,
en diálogo con el silencio, que si la palabra es luz,
el sigilo es el gran abecedario que nunca nos miente.
La falsedad nos corrompe y nos impide cohabitar.
Habituados a sembrarnos de hipocresías por doquier,
el más cruel incentivo de las maldades en acción,
urge rescatarnos y redimirnos con el níveo coraje
que injerta la verdad, cuando es verdad en los labios
del alma, que es donde no puede eclipsarse,
pues lo puro siempre se conoce y se reconoce libre,
complemento indispensable de toda vida saludable.
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4 de noviembre de 2017