O como diríamos coloquialmente, “en el fin del mundo” resucitarán todos los muertos y tendrá lugar el Juicio Final. Y esto, que es doctrina de fe católica, es también una realidad de la que nadie podrá escapar. Nadie.
Un momento… ¿Y el juicio que tendremos al morir? ¿Es que entonces hay dos juicios? Es así.
Al morir tenemos el Juicio Particular. Y ahí cada uno sabe si está salvado (Cielo directo o vía Purgatorio) o si está condenado (Infierno). Pero nos queda pendiente el Juicio Final que sucederá al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva a establecer su reinado definitivo.
Pero… ¿qué diferencia hay entre ambos juicios? Lo primero que hay que saber es que habrá ratificación de sentencia: los condenados quedan condenados y los salvados ya están salvados.
Cristo nos narró bien clarito el pasaje sobre el Juicio Final: “Tuve hambre y me diste de comer … tuve sed y me diste de beber…” (Mt 25, 31-46) ¿Significa, entonces, que sólo seremos juzgados por lo que hayamos hecho o dejado de hacer al prójimo? Si esto fuera así, ¿cómo quedan entonces las faltas contra Dios?
Podría especularse que el Juicio Particular sea relativo a la conciencia moral individual y que se referirá a cómo hayamos aprovechado o no las gracias recibidas a lo largo de nuestra vida en la tierra.Y que el Juicio Final sería sobre el efecto que haya tenido en otras personas el bien o el mal que cada uno haya hecho o dejado de hacer.
En otras palabras: el Juicio Particular se referiría a la conciencia individual y el Juicio Final se referiría a las consecuencias sociales de nuestros pecados. De allí que el Señor, al describirnos el Juicio Final, nos relate las obras de misericordia, lo que comúnmente llamamos obras de caridad. Y al hablar de la caridad estamos hablando del amor.
Quiere decir, entonces, que seremos juzgados sobre cómo hemos amado:cómo hemos amado a Dios y cómo ese amor de Dios se ha reflejado en nuestro amor a los demás.
Cierto que el Señor nos ha dicho que al que mucho ama (cfr. Lc. 7, 47) mucho se le perdona, pero es bueno recalcar que seremos juzgados por todas nuestras acciones: en la Fe, en la Esperanza, en la Caridad, en la humildad, etc., etc., es decir, en las virtudes. Y no sólo en las acciones, sino también en las omisiones. En lo pensado, en lo hablado y en lo actuado. En lo oculto y en lo conocido. En todo.
“Dios ha de juzgarlo todo, aun lo oculto, y toda acción, sea buena o sea mala” (Ecl. 12, 14).Y San Pablo lo ratifica: “Puesto que todos hemos de comparecer ante el Tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho, bueno o malo” (2 Cor. 5, 10).
Entonces… cuando vuelva Cristo al final de los tiempos nos resucitará como El resucitó. Porque entre la muerte y el Juicio Final, somos almas sin cuerpo. Los cuerpos están en la tumbas o cremados o desaparecidos.Pero en la resurrección, cada cuerpo se unirá con su respectiva alma. ¿Qué tal?
Y por la narración de Cristo sobre el Juicio Final sabemos que, una vez juzgados por El, y separados los salvados de los condenados, Cristo establecerá su reinado definitivo.
Pero, mientras tanto, mientras estamos esperando este momento, podemos y debemos propiciar ese reinado de Cristo en medio de nosotros. ¿Cómo? Tratando de cumplir la Voluntad de Dios en todo lo que hagamos o dejemos de hacer. Así estaremos entre los salvados.
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