No cuesta hacer una lista tentativa de lo mejor de lo que algunos llaman la idiosincrasia del venezolano, a sabiendas incluso de que toda generalización puede ser cuestionada, a menos de sustentarse sobre argumentos sólidos, provenientes de la antropología y la sociología, más que de la buena voluntad. Sin embargo, la experiencia vital funciona, cuando se está consciente de los límites y se viene pensando sobre el asunto desde hace bastante tiempo. Especialmente si tomamos un solo ejemplo de la lista: el humor.
Una buena manera de mirarnos como la gente que vive en un país en quiebra, es saber y sentir, que a pesar de la debacle económica y de acusar en su tejido social los efectos de una larga ideologización que practica lo contrario de lo que predica y promueve la exclusión aunque pregone la inclusión, seguimos siendo considerados por propios y extraños, seres cordiales, cuyo buen humor no sólo puede hacer gala del color negro sin que nadie se ofenda, aunque pueda parecerlo, cuando los malhumorados que nunca faltan, se quejen y lo atribuyan razones bastante subjetivas, por cuanto el buen humor en Venezuela, pareciera haber sido regado a la manera de un salero que adereza incluso, una mesa vacía.
No importa si se ríe de manera divertida o cínica en medio de la escasez o en medio de la abundancia del nuevorriquismo, que por cierto, de data bastante vieja, si revisamos no sólo el origen de ciertas riquezas de las llamada antes y ahora, oligarquía, sino hábitos, costumbres y maneras de comportarse, que incluyen versiones de toboganes y paracaídas para saltar, vía aprovechamiento de los recursos del Estado, de lo cual dan cuenta, no solo las publicaciones especializadas, sino los humoristas que en una larga tradición, de la cual dan fe los periódicos y revistas, así como la televisión y las redes han sabido mostrar mediante la imagen o la palabra, no sólo las razones de la risa, sino también, lo que nos hace risibles para la otra parte del país, llamada también la “otra” orilla del río.
Bajtin, en La cultura en la Edad Media y el Renacimiento, plantea la idea de que la risa vence el miedo, específicamente, porque “carnavaliza” mediante las fiestas y el humor, las diferencias entre unos estratos sociales y otros, al colocar lo de “arriba”, abajo y lo de “abajo”, arriba, en un juego que al fusionar el pasado y el porvenir; la muerte y el nacimiento, somete a la burla,el temor de unos hacia los otros. La carnavalización de escenarios terribles, como el purgatorio y el infierno mediante el humor, funcionaban como protesta ante los valores religiosos que escindían las sociedades en segmentos jerárquicos.
Sin hacer ningún esfuerzo, es posible pensar que en sociedades ideologizadas como la nuestra, sea el chiste político y la burla a la autoridad, la que prevalece y los escenarios, cualquier espacio social en el cual se ponga en evidencia lo absurdo de la situación vivida hoy, cuando la crisis nos rebasa en todas las instancias posibles, en un país, cuyo subsuelo es uno de los más ricos del mundo: El temor se exorciza en una sociedad militarizada en la risa provocada por las actuaciones absurdas de milicias, comunidades, bolsas clap, Consejos comunales, discursos políticos de líderes de uno y otro bando o partido.
Habrá que hacer recuento futuro, una vez pasada la pesadilla, de las carencias y situaciones, que por ser nombradas mediante la paradoja, la ironía o la burla, aparecen registradas en los numerosos “ letreros” significativos, que por reales o imaginados, generan una reacción inmediata de risa en el lector, no exenta de la reflexión que pareciera estar presente aunque parezca ser escamoteada. Sirva un ejemplo de los tantos que condensa un saber pragmático y también sociológico, sobre formas sociales venezolanas de establecer coincidencias , por ejemplo, entre las relaciones de trabajo y el placer: “Debido al alto costo de los licores en Venezuela, Alcohólicos Anónimos se va del país”.
No faltará quien afirme, que por reírnos tanto, es que estamos así. O quien piense que gracias a ello, hay tiempo de negociar lo que una guerra impediría: el derecho a la vida bien vivida, en paz, sin presos ni muertos.