María Cecilia Álvarez Riera, una joven nacida para pensar

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La juventud actualmente se caracteriza por su comportamiento desinteresado hacia ciertas cosas, la lectura y escritura pareciera que cada vez tiene menos terreno en este tipo de público; pero aún quedan ciertas personas que demuestran la contrario y se encargan de cambiar la dinámica en cada uno de los espacios que ocupan, caracterizándose por su pensamiento crítico.

Una de ellas es María Cecilia Álvarez Riera. Si bien no alcanza los 30 años de edad, su pensar va más allá que el de muchas otras personas mayores. Tuvimos la dicha de recibirla como invitada al Desayuno Foro, en compañía del director general, Juan Manuel Carmona y el director editor José Ángel Ocanto.

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Inocultable proveniencia

Sus apellidos delatan su descendencia caroreña, ciudad que la vio nacer un 12 de julio de 1988. Sus padres: Cecil Álvarez y María Lourdes Riera, estuvieron involucrados con el mundo cultural desde que tiene uso de razón. Su papá se inmiscuyó en organizaciones como la Casa de la Cultura, el teatro Alirio Díaz, entre otros; su mamá igual, pero además se desempeñó como maestra de historia universal.

Su infancia transcurrió muy cerca de las tablas, por lo que creció enamorada de ese entorno que además hacía conjunto con la poesía, escritura y demás. La combinación de estos temas la envolvieron de lleno este ambiente desde muy corta edad, por lo que no veía como raro acudir a alguna obra de teatro o algún concierto.

Desde sus primeros años se formó en el Instituto María Inmaculada (IMI), colegio que la acompañó durante sus diversas etapas escolares. El principio de esa época la recuerda como tranquila, conservadora y religiosa.

Aunque para muchos quizás su edad no era suficiente para realizarse ciertos cuestionamientos, esto no la limitó a hacerlo, empezando por el hecho de lo que decían estar mal moralmente, pero aun así era realizado por algunas personas.

Recuerda que precisamente el entorno en que creció tuvo mucho que ver con esto, debido a que considera que Carora tiene una estructura cultural muy sólida, por lo que sus creencias y demás “reglas” estaban bien marcadas, sin embargo, muchas veces eran rotas cosa que Cecilia, como comúnmente la llaman, no entendía. Correspondió entonces a su padre explicarle este tipo de contradicciones.

Fue así como como la joven comenzó a forjarse un pensamiento propio desde que era pequeña, lo que se intensificó en sus años como adolescente. Cursaba los primeros grados de educación media y comenzaba a reflejarse el comportamiento rebelde y cuestionador. Las cosas dejaron de ser obvias y sentía la necesidad de ir más allá.

Esa tradición familiar, proveniente de la población en la que nació, era rotundamente rechazada; dentro de sí dejó de entrar ese folclore y hasta el Club Torres “le causaba tirria”. Cecilia no entendía la godarria y en el momento no quiso seguir aceptándola.

Junto a ella estuvo alguien más, su amiga Gabriela Goncalvez, que tampoco sentía empatía hacia estas costumbres, en su caso por provenir de otra cultura debido a que era de Portugal. En conjunto asumieron esta rebelión en contra de aquello que simplemente no les parecía, la cual no era muy exteriorizada, pero sí discutían este tema entre ellas.

Cecilia cuenta con la fortuna de tener un padre flexible, que más allá de reprocharle este tipo de comportamientos, trataba de comprenderla. Además, consiguió otra forma de drenar su pensar de ese entonces, por lo cual se dedicaba a la escritura. “Escribía y escribo principalmente sobre mí, porque es lo que conozco”, asegura la joven.

Recuerda además que durante bachillerato las materias numéricas no eran lo suyo. Física, química y matemática requerían de un profesor particular para que fueran entendidas por su persona, por el contrario, mostraba mayor interés por las asignaturas más interpretativas.

“Los castigos de mi papá eran que hasta que no leyera Don Quijote no me paraba de la mesa. Afortunadamente eso para mí no representaba mayor problema”, esto forjó su empatía con la lectura. Ya estaba por culminar su época como bachiller y debía elegir un camino para su futuro.

Decisiones

“Con las humanidades no voy a vivir” fue el pensamiento de Cecilia, por lo que consideró que debía elegir una carrera que le diera cierta estabilidad económica. Fue así como decidió estudiar ingeniería química en la Unexpo, a pesar de que esto no tenía nada que ver con sus intereses.

Si bien tenía ciertas comodidades al llegar a Barquisimeto, esto no fue suficiente como para mantenerse estudiando algo que no era de su agrado, por lo que solo seis meses fueron suficientes para darse cuenta de que ese no era su destino.

Nuevamente Carora la acogió, pero la diatriba surgió otra vez, puesto que sabía debía estudiar pero desconocía qué. Para ese entonces no había alguna carrera que se pareciera a lo que quería, sin embargo su voz interior y papá tuvieron mucho que ver con el próximo paso a dar.

“Mi papá tenía un profesor, le decía el maestro o el viejo, era José Manuel Briceño Guerrero, siempre lo escuché hablar de él. Yo sentía que necesitaba una orientación con respecto a qué debía hacer, así que aproveché un día que mi papá estaba preparando un viaje a Mérida y le pregunté si podía ir con él”, la respuesta fue positiva.

Allí comenzó un nuevo reto para la joven quien explicó su situación a Briceño y este le comentó que podían iniciar clases particulares inculcándole el griego antiguo, como algo similar a lo que ella quería. Ciertamente esto tomó por sorpresa a Cecilia, pero esta estuvo dispuesta a permanecer en Mérida para aprender acerca de la filosofía. Paralelo a esto se inscribió en la Universidad de los Andes (ULA) en la carrera de letras clásicas.

Si bien estaba cursando pregrado en una institución, el avance como tal no era rápido puesto que semestralmente inscribía solo una o dos materias. “El tren de aprendizaje con el maestro era fuerte, empezaba a las 5:00 de la mañana hasta el mediodía, luego continuábamos en la tarde”.

A pesar de que se trataba de un eterno trajín, a Cecilia le gustó el método de enseñanza debido a que aprendía de disciplina, cosa que con sus padres quizás no tuvo a cabalidad. Incluso “el viejo” les había dado la advertencia a ellas a los otros compañeros que se estaban formando juntos, más allá de conocimientos, aprendían cosas de la vida.

En este tiempo que estuvo en Mérida debió afrontar el fallecimiento de la abuela con que tuvo mayor cercanía, fue esta su prueba de fuego. Briceño le dijo que debía aprender el desprendimiento y que “si se iba a Carora no podría revivirla”, de hacer el viaje tampoco continuaría con su preparación; lo que hizo que la joven acatara lo dicho por su maestro.

“Su esencia primaria era quebrar esas convenciones culturales y precisamente los funerales y entierros forman parte de eso”, comparó esta situación con las artes marciales, en donde debe encontrarse internamente para luego generar la defensa.

Los temas estudiados con Briceño fueron diversos como la Ilíada, la Odisea o los pensamientos de Platón; también los idiomas estuvieron dentro de la formación, por lo que en época vacacional logró visitar países como Estados Unidos, Francia y Alemania.

La carrera de letras clásicas no pudo concluirla, luego de tres años y a pesar de que Briceño se había convertido en una especie de abuelo para ella, el tren de aprendizaje también le cansó y decidió regresar a Carora. En ese momento volvió a surgir el pensamiento sobre qué haría con su futuro. “He aprendido mucho, pero no tengo título”, fue el cuestionamiento que se le presentó.

Su presente

Estudiar filosofía a distancia fue la decisión que tomó una vez culminada su etapa en Mérida. En la fría ciudad aprendió no solo en el ámbito educativo y personal, sino también en el social, se dio cuenta de que son culturas distintas y había cosas que no había visto antes; por ende, su visión era totalmente distinta.

Fue así como se volvió conciliadora y aprendió a aceptar las costumbres caroreñas. Igualmente debió establecer prioridades que si bien iba más allá de lo económico, requería un bienestar interno.

Cecilia se ha dedicado a estudiar las obras de su maestro, que si bien no es suficientemente valorado en su país, hay otras naciones en donde sí es reconocido; especialmente por “El laberinto de los tres minotauros”, en la cual se ha enfocado la joven y donde plantea que la sociedad latinoamericana se encuentra perdida. A su criterio, los distintos países cuentan con las mismas miserias y virtudes, pero que son abarcadas de distintas maneras, de manera que no ve Venezuela como algo aparte, sino como Latinoamérica en general.

Hoy en día se dedica a traducir textos mientras culmina su carrera como filósofa, con la cual visualiza escribir sobre la condición humana además de darle continuidad a lo implantado por “el viejo”. De tal manera, ha generado ciertas conferencias para explicar de manera sencilla los temas filosóficos.

A su criterio, actualmente la juventud se está educando de manera sumisa, en donde el pensamiento crítico no tiene cabida; por lo que Cecilia ha decidido permanecer en su país para encender esa chispa que tuvo la dicha de tener y así lograr que las próximas generaciones forjen un pensamiento propio.

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