Las realidades se aglomeran en la inercia de los días, y se entrecruzan para intentar definir el borroso devenir del país a estas horas. En una de ellas, la “normalidad” exhibe el rostro de un poder atornillado en la impunidad de las armas que resguardan el silencioso usufructo de lo que era Tesoro Nacional, y hoy es patrimonio de la élite gobernante. En otra, el voto agoniza, ahogado en el mar de la desconfianza en un sistema electoral que opera bloqueando el cambio y la alternancia, mientras actores y apetencias le hacen servil comparsa oxigenante a un régimen ávido de cómoda cohabitación. Más allá, otra realidad exhibe las voces de quienes entienden la naturaleza totalitaria de la vocación mandante, y se niegan a bajar la cabeza ante el parapeto constituyente, pero no encuentran aún ni la estrategia ni la sinceridad para explicar los traspiés, y rescatar la credibilidad perdida de una población ubicada en el dilema de empaquetar sus angustias y huir del país, o quedarse luchando para sobrevivir. En medio de estas realidades, gravita una que parece arroparlas a todas: el avance del deterioro, la eficacia de un fracaso con olor a socialismo que impregna la economía de escasez, miseria, devastación y dramática hiperinflación que devora el poder adquisitivo y la esperanza de los ciudadanos.
La palabra “cambio” ha sido borrada del vocabulario político del país, junto a otras como “democracia”, “legalidad” y “protesta”. Las elecciones, tal cual se conciben y administran hoy en día, no son ya una válvula de escape al malestar social. La sombra del default o cesación de pagos de compromisos externos, junto a la persistencia de un estatismo distorsionado y asfixiante en el cuerpo económico de la nación, auguran la emergencia de una pesadilla hiperinflacionaria. El país es inviable para todos, sin un acuerdo mínimo.
La paradoja tiene forma de billete que no alcanza para pagar lo que ya no hay, y que tampoco se consigue. La migaja asume forma de caja de alimentos. La intolerancia y segregación, (pero también el conformismo) adopta la forma de un carnet, que aspira sustituir la identidad de una cédula que ya no parece suficiente para definir y clasificar nuestro ánimo y raíces.
La patria puede ser excluyente, si decides quejarte y alzar la voz ante los responsables de tu agobio.
Análisis. Estadísticas. Comparaciones históricas. Proyecciones. Predicciones. Nada encaja y pocas herramientas son útiles para leer y aproximarse a una realidad compleja que son varias e inéditas a la vez, y que hacen añicos cualquier lógica y racionalidad.
Recuerdo, siendo chamo, en una no tan lejana adolescencia, que la televisión nos mostraba una serie con intro de suspenso, y que contaba historias extrañas, normales en apariencia pero llena de sombras, fenómenos paranormales, fantasmas y sucesos inexplicables. “La dimensión desconocida” (TheTwilightzone) se llamaba.
La misma en la que parece estar entrando Venezuela. Una verdadera e inédita dimensión desconocida.
@alexeiguerra