Recuerdo casi risueño cómo en esas películas antiguas —de terror deslucido para nuestros tiempos—, andaba una momia arrastrando sus vendajes como un monigote con posturas de sonámbulo, tratando de atrapar al más incauto para atenazarlo con sus brazos extendidos, a sabiendas que semejantes restos humanos apenas podían moverse y no creo que espantase a alguien en las cándidas salas de cine de la época.
En ese transitar espeluznante marca sus pasos nuestro país. No sabemos de dónde puede provenir su equilibrio para trazar la ruta del sendero. Dónde quedaron las lógicas legales y, a pesar de ir al garete, cada movimiento deja boquiabierto al más impávido y el aliento combativo cae en una confusión terrible.
Ante tal sinrazón nacional se ha apelado a responsos desesperados hacia santos diversos; a discusiones bizantinas sobre la ruta correcta; a mamotretos reglamentarios respecto al deber ser y hasta a buscar la razón extrema, deseando que nos invada un marciano acalorado si es preciso, para recomponer este país atrofiado por un régimen totalitario, inventor de escaramuzas y experto para hacer comestible la idea más descabellada.
Estas elecciones de gobernadores fueron el mejor ejemplo de cómo nuestro territorio está sometido a su suerte. El obligar a cada mandatario regional recién electo a subordinarse a la Asamblea Nacional Constituyente resultó tan repulsivo, degradante y fuera del contexto democrático, que pareció una pesadilla ineludible observar a cuatro de los cinco gobernantes opositores precipitarse a doblar sus rodillas frente a este atropello y ceder el poco atisbo de dignidad que pudiese quedarles.
Frente a tal desafuero, removiendo las cenizas de sus propias designaciones, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en el exilio, tomó a pulso las eventualidades y apeló al criterio de su institucionalidad, declarando la ilegalidad de esta grotesca ANC, al carecer del poder soberano y por ello resolvió que debería disolverse de facto.
De prevalecer un Estado de Derecho con la cabeza bien puesta —sabemos que no—, podría afirmarse con un fervor entrañable en lo justo y debido, que Venezuela no tiene en este momento gobernadores, pues los recién electos fueron juramentados ante una instancia ilegítima y con visos demoledores de hacer los que se les pega en gana, dejando de lado lo constitucional.
Si lo estipulado en las leyes era hacerlo ante los consejos legislativos de los estados y sólo se hizo ante las demagogias interminables del gobierno, sólo resta entender que los estados venezolanos perdieron la cordura en la guillotina del socialismo cubano. Pero lamentablemente esta nación irritable, molida por su propia indignación, perdió la cabeza hace mucho y sólo se resiste a ver desde el balcón de su naufragio, cómo pasa la carroza destructiva de un sistema absolutista.
Esta visión la comparte el Grupo de Lima, conformado por 12 cancilleres americanos, quienes no dudaron en escatimar alegatos para afirmar que “Maduro ha elegido el camino de la dictadura, en medio de una corrupción institucional”, dejando claro que no se quedarán de brazos cruzados.
Mientras, se destaca el ímpetu de Juan Pablo Guanipa en el Zulia —como el único gobernador en no doblegar su fervor democrático ante la ANC y que ya germina una apreciable reputación de valeroso—, contra quien el consejo legislativo declaró una vacante absoluta y ya hablan de repetir los comicios en el mes de diciembre, manejando los argumentos detestables e indiscretos de este sistema insaciable en desgracias.
Venezuela parece haberle perdido el rastro a sus empeños. Anda descabezada, mofada en sus criterios, absorta en sus perplejidades; como una momia, dando tumbos. Pero como en el celuloide, las historias llegan a su fin y podría retornar ese despojo egipcio (o más bien cubano) a su mausoleo piramidal. Para ello, debemos restablecer ese héroe que todos llevamos por dentro.
José Luis Zambrano Padauy
[email protected]
@Joseluis5571