La jornada electoral del pasado 7-0 marca un verdadero parteaguas. No lo opacan las diatribas subalternas o desengaños que ahora se suceden. Así lo creo a pie juntillas luego observar, cuidadosamente, el mapa integral de lo ocurrido y apreciar los ciclos de nuestra historia patria como sus cambios fatales, que ocurren al término de cada generación. Pongo de lado, al efecto, lo anecdótico, lo accidental o momentáneo, que desvía la atención sobre lo esencial.
Un nuevo ciclo de nuestra historia política desde ya se escribe y decide en su rumbo. Una Venezuela declina y otra emerge con fortaleza inédita y prometedora.
Que una cifra equivalente a 6.600.000 venezolanos haya adherido a una propuesta de modernización, de civilidad, de concordia, y sobre todo de llamado al trabajo creador, en medio de un país sedentario, de cultura clientelar dominante, acostumbrado a que un redentor militar o civil ocupe de tanto en tanto sus espacios a la manera del «padre bueno» y resuelva sus necesidades perentorias, es un verdadero milagro. Y que la tendencia al sometimiendo de las voluntades ciudadanas o a su compra vil apenas haya crecido en un 10 por ciento, estancándose, cuando la otra crece en un 52 por ciento desafiando el grosero drenaje de petrodólares que intenta detenerla y la cultura de miedo que a la sazón se expande, pone de manifiesto que la Venezuela del cuartel, rural y colonizada por sus «gendarmes necesarios», se aproxima a su final.
No obstante, hay quienes asumen todavía, como antes, que la democracia civil es sólo fórmula de acceso al poder reservado para los más astutos o resabiados, obra de hábiles «negociadores» y de las maquinarias electorales que aprisionan dentro de sus celdas a la ciudadanía. De donde la última victoria del gendarme e inquilino de Miraflores, a buen seguro e incluso siéndoles ingrata, les sosiega y reconcilia. !Henrique Capriles, con su programa de modernidad a cuestas, a puesto en entredicho el dogma de marras, alrededor del que se juntan, paradójicamente, los antiguos dirigentes partidarios o sus acólitos del siglo XX y el régimen castrense y marxista que les sobreviene, imperante en el país!
En el largo proceso de lucha opositora – que casi alcanza a tres lustros – orientado a desterrar y arrancar de raíz ese último vestigio caudillista que aún nos roba parte del siglo XXI en curso y que viene desde lo más profundo de nuestro siglo XIX, se hace evidente que los temidos enemigos no son ni somos, por lo antes dicho, quienes hacemos parte de ese sistema de partidos que declina estruendosamente, en 1998 y como consecuencia de los citados ciclos de nuestra historia propia. Los perseguidos y hostigados con saña y obsesión, hasta penalmente, son, antes bien, quienes se proponen modificar el estado de las cosas y empujarnos como colectivo hacia una democracia que abandone al Estado tutelar y se asuma como comportamiento y forma de vida cotidiana, por todos, con independencia de los necesarios modos de organización social que nos demos para la acción política.
Los casos emblemáticos de Maria Corina Machado, Leopoldo López y el mismo Capriles, con sus particularidades y visiones incluso plurales sobre el camino que nos lleva hacia los predios del siglo XXI, aún con retraso, son más que decidores.
María Corina, con su experiencia de SUMATE y desde el ámbito no gubernamental, osa mostrarle al país y a los mismos partidos tradicionales reunidos alrededor de la Coordinadora Democrática, que la movilización profesional y técnica de los ciudadanos para controlar y vigilar la actuación electoral de Estado y también partidaria es obligante; y ello ocurre en un momento en que el régimen y sus poderes – bajo el nombre de socialismo del siglo XXI – cooptan y secuestran los recursos tecnológicos del voto para disponerlos al servicio del pasado. La consecuencia, por ende, no se hizo esperar. El entonces Vicepresidente, José Vicente Rangel – dinosaurio del siglo XX – la hostigan y casi la llevan hasta las puertas de la cárcel.
Luego, otro actor de nuevo cuño, Leopoldo López, miembro de esa generación digital producto mediato del grupo de venezolanos quienes se forman en las mejores universidades del mundo a finales del siglo XX, al decidir desafiar al «sistema» y prender amenazante en el alma popular de la Gran Caracas, es enjuiciado e inhabilitado por el gobierno. Entre tanto, algunos opositores del pasado mascullan alegría por el suceso, y lo tildan de saltimbanqui.
Finalmente, al aparecer Henrique Capriles en la escena, desde antes el inquilino de Miraflores y sus asesores cubanos advierten el peligro de su presencia para la Venezuela tutelada. Lo llevan a la cárcel y el párvulo decide enfrentarla. Apuntalado sobre la Unidad, fraguada de modo inteligente por Ramón Guillermo Aveledo, magnífico punte entre las dos Venezuelas presentes, aquél hace de la constancia y su discurso reunificador – sin arrestos estalinistas – los ejes del liderazgo civilizado que alcanza a ejercer y es promesa. Mas, extrañamente, a la par que el régimen apuesta todos sus recursos para liquidarlo como tal, desde parte de la oposición partidaria emerge beligerante un resintimiento u oportunismo oculto hasta la hora previa, y que es simple resistencia al cambio generacional o de ciclo en nuestra historia que fatalmente avanza.
A fin de cuentas, resta una Venezuela que le hace el juego al pasado – que se junta y tiene pies en el gobierno y en la oposición, y disfruta de las mieles del poder o sus pequeñas cuotas sin sufrir el ostracismo – y apenas apuesta, como en Cuba, a la solución biológica: a la muerte del «penúltimo» caudillo. Su sustitución permitiría que todo cambie sin cambiar, sin importar que el sustituto endose levita o porte casaca, pero, por lo visto, no se gana el alma del porvenir y apenas dispara sus últimos cartuchos.