Opinión: El ocaso del militarismo

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El real y verdadero ganador en cada elección venezolana, desde 1998 siempre ha sido el brutal, feroz y primitivo pensamiento militarista que han dado en llamar chavismo-socialismo del siglo XXI.

El militarismo en Venezuela jamás ha abandonado el poder del Estado. Desde inicios del siglo XIX cuando se funda la República y se van creando los espacios para el nacimiento de los partidos políticos, siempre los militares han estado controlando la actividad de los ciudadanos en su cotidianidad.

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El espacio entre 1958-1998 fue quizá el único momento cuando la sociedad venezolana pudo avanzar en la construcción de su civilidad de manera autónoma y sin esa aberrante presencia de la mentalidad cuartelaría que tanto daño hace a la consciencia ciudadana.

Dolorosamente desde inicios de 1999 hasta el presente, el avance de la peste militarista, tanto de muchos civiles como de la casi totalidad del estamento militar venezolano, ha construido una muralla que a la fecha hace imposible que el ciudadano ocupe sus espacios naturales en el escenario político-administrativo nacional.

Porque el militarismo no comporta únicamente el disfraz del uniforme militar sino también y más grave, la mentalidad cultivada para la violencia y lo violento de la vida. Es una actitud de vida. Una postura de pensamiento, discurso y acción donde el semejante es visto como enemigo que debe ser eliminado.

Por ello, frente a un poder militarista como el que existe en Venezuela, que además se alía con oscuros grupos paramilitares y se asesora, bien en contrainteligencia con regímenes claramente identificados con la violencia desmedida de Estado, como Cuba, Irán, China, Corea del Norte, Siria, Turquía, que han sido denunciados como trasgresores de los derechos humanos, el gobierno venezolano ha ido perdiendo gradualmente su fuente originaria de legitimidad democrática, hasta convertirse en un régimen claramente militarista, autoritario, totalitario e inevitablemente arbitrario.

Una de las características de todo régimen militarista es la desmedida compra de equipamiento bélico para atender sus fuerzas policial-militares. Y en Venezuela eso es perfectamente demostrable en detrimento de las áreas médico-asistencial, alimentaria, educativa y cultural. Todas ellas en total abandono a tal grado que agencias internacionales ya han alertado sobre la muy inminente tragedia alimentaria y desnutrición infantil.

La presencia de militares activos y en situación de retiro en el escenario político-partidista venezolano, cada vez es más fuerte. Esto es alarmante toda vez que ya es imposible seguir viéndoles como sujetos neutrales en la guarda y custodia de los procesos electorales. Esto por la sencilla razón que candidatos a ocupar puestos en gobernaciones, alcaldías o diputaciones, apenas solicitan su baja y enseguida aparecen saltando en tarimas partidistas. Obviamente sus primeros seguidos son sus subalternos.

Pero además de ello siempre la mentalidad militarista verá al ciudadano, civil, como su enemigo a doblegar. Lo califica como sujeto que le estorba y por tanto, lo desprecia. Esa ha sido siempre la actitud del militar venezolano cuando se enfrenta al ciudadano.

En la Venezuela del siglo XXI la mentalidad militarista persiste y se ha consolidado en una extraña combinación de disfraces ideológicos, que van desde socialismo, bolivarianismo, chavismo, comunismo, junto con ciertas creencias del primitivo sincretismo religioso, que le han cuadrado el cerebro al militar para transformarlo en un sujeto supersticioso, déspota, que humilla, veja, y es capaz de capturar, torturar, asesinar y desaparecer a cualquier ciudadano por lo más elemental, como pensar diferente.

Jamás la mentalidad militarista ni los militares han podido llevar la sociedad a niveles realmente avanzados de progreso socioeconómicos. Por el contrario, todo poder militarista siempre ha llevado a las sociedades al despeñadero de la violencia, la ruina y el dolor generalizado en hambre, enfermedades y atraso educativo y cultural.

Razón sigue teniendo el profesor AmartyaSen, Premio Nobel de Economía 1998, quien indicó que toda dictadura y todo poder militarista es contrario al progreso humano. Su fracaso siempre será evidente.

 

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