En octubre en la isla hace un calor proverbial. Se combina con nubes intentando opacar la estrella de la mañana. Pero por mucho que los alisios se empeñan en amainar la calor (como dicen aquí, del catire), el paisaje límpido y dispuesto, no podría ser tan poco deslumbrante.
Empiezo el día como si no hubiere un sol o un ayer. Como si siempre fuere de noche. A la luz de sombras de un bolso en penumbras. Bajo el fulgor de un suelo que marchita inconsciente sobre un desfiladero para ciegos. El encandile principia cuando, obligado por el deslave económico, hay que comprar a diario. Operar el cadáver que yace en la cartera como billete que nos cuesta una canica conseguir. Pa’ colmo, si algo nos queda, el rayo de luz de los precios tiene la capacidad de encandilar el cálculo más justo de los matemáticos que somos todos. Aprendimos también a ser brujos. Ahora el canje también es un conjuro. Ni hablar de las loterías de los animalitos. Como hechiceros se arrojan a jugar los del arrabal a ver si cambian, por vía del azar, el barro malhechor del hambre por la homérica barbacoa del buche satisfecho.
Si eso fuera todo, quizás, no sería tan cuesta arriba mirar hacia adelante o incluso a algún otro lado que sirva de escurridero, pero entonces nos visita la política con su “yo tenía una luz” y nosotros con “y venía la revolución ¡zuas! y me la quitaba”. Suena a chiste pero es un karma. No hay quién no entienda qué es lo que sucede, lo que no se entiende, es por qué no se logra hacerse como para que no funcione. Es cierto que el voto sana, pero las luces vienen de los buenos oficios y de eso tenemos rigiendo los destinos no solo a los más grandes cultores de las tinieblas como los del proceso bonito, sino, y sobre todo, a los más mendaces e ineptos tiranuelos que se esté al corriente en la historia general de las dictaduras latino caribeñas. ¿Qué mayor abismo?
La señora Tibisay, no la Lucena, sino la sin Luces, la del barrio y barro, nos dice lo siguiente: «Mire señor, cuando tengo luz no hay agua, si llega el agua no tengo luz. Cuando hay hambre no tengo la comida pero cuando tengo luz y agua, no me alcanza para comprar lo que me falta. Si compro jabón, no compro pan, y si se me ocurre gastar en aceite y azúcar, me falta la medicina de la niña, que tan fácil no se consigue. Si de suerte me gano al mono en la lotería, me sale el burro de mi marido y me gasta el carnet de la patria y me quedo de nuevo sin nada. ¿Qué clase de vida es esa, dígame usted, señor?»… no pude echarme a reír porque el dolor ajeno sólo le hace gracia a los que no les importa.
Está claro que todo comienza y termina en cada uno. Que nadie escarmienta en cabeza ajena. Que si no vamos a ejercer la acción que nos exige el sentido común, no serán otros los perdedores, seremos todos. Y si la claridad, justo en el momento que el calor pica y la mente se esquinza, nos alcanza, pensemos pues que la luz que ilumina el camino del mañana y despeja las sombras, empieza un 15-O en las urnas de votación…