Notas pastorales – Vigesimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario: “Saber pedir perdón”

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Quizás jurídicamente, ante la ley, no se justifique el perdón. Pero Dios no es un legalista, es un ser justo, pero ante todo es el Dios de la misericordia. El no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, y a su vez hace gala de su perdón, porque felizmente “sus caminos no son nuestros caminos y sus pensamientos van, más allá de nuestros pensamientos” (ls 55).

Pero Dios quiere que el pecador reconozca su pecado “Te he confesado mi pecado y no oculté mi culpa” (Salmo 32,5). De tal manera que quien reconozca su culpa, Dios lo purificará y colma de alegría y paz en su corazón contrito.

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Por ello pasado el exilio, se invoca constantemente “al Dios de las misericordias” (Dan9,9).Junto a ese reconocer ante el Señor nuestras culpas y pedirle con humildad perdón por nuestras faltas, con verdadera contrición de corazón, y valiéndonos muy especialmente del sacramento de la reconciliación.

Es muy importante saber pedir perdón a nuestro prójimo; cuando somos capaces de aceptar nuestros errores y egoísmos, y sabernos pedir disculpas, esto hará que los otros nos puedan perdonar.

Cómo cuesta a los padres y a las madres, aceptar sus errores y culpabilidad ante sus hijos, pareciera que creerse perfectos, sin serlo, daría más autoridad, y permitiría una imagen aparentemente buena.

Los niños, los jóvenes, los hijos son los primeros en rechazar esa falsedad, y por el contrario quien sabe sincerarse con los hijos, y les pide disculpas auténticas, estos sabrán perdonarlos, entenderlos, quererlos y admirarlos.

Cómo cuesta a los dirigentes, y a muchos formadores, reconocer sus responsabilidades, aceptar una equivocación, porque se cree perder imagen, en cambio cuando se sabe pedir disculpas y aceptar un error, y buscar corregir, cómo esto fortalece la credibilidad de un pueblo, porque siempre aparece la excusa de echar la culpa al más débil, pero ya esto tiene un sabor a decadencia moral, que es lo mismo que fariseísmo.

Esto nos puede pasar a todos, al sacerdote, al político, al asesor, al educador, al profesional, al obrero, al padre o a la madre. De allí que la primera condición para recibir perdón, es reconocer nuestra equivocación. Qué digno y qué temple demuestra aquel que sabe pedir disculpas y enmendar su culpabilidad.

No olvidemos que solo el ser inteligente se puede equivocar. Cuando se nos perdona y comprende nos sentimos agradecidos, y dispuestos a cambiar, a poner

más cuidado en lo que hacemos. A su vez si alguien nos pide disculpas, debemos tener la nobleza de aceptar esa disculpa y restablecer la armonía; entendiendo que en la mayoría de los casos, se cometen errores por ignorancia, confusión o precipitación.

 

Saber perdonar de corazón, sin guardar rencor es propio de seres nobles, y verdaderamente grandes, la historia así lo demuestra. Y si Dios siendo omnipotente hace gala de su perdón y misericordia hacia nosotros pecadores contritos, qué podemos hacer unos con otros, sino perdonarnos y comprendernos.

Sabiendo aceptar las culpas y también ofreciendo al que falla una mano amiga y auténticamente fraterna, creamos solidaridad. No olvidemos que “aquel que no tenga pecados, que lance la primera piedra”.

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