Héctor Vinicio Alvarado es un hombre de hazañas, no es extraordinario que lo llamen maestro, ha recorrido el continente entero en bicicleta, obtuvo los más grandes títulos dentro del ciclismo, se ha dedicado a capacitar a los semilleros en su propia escuela de ciclismo donde surgieron verdaderos astros, pero su proeza más importante es tener 96 años y medio y estar sano de pies a cabeza.
Llega a la sede de EL IMPULSO de la mano de su esposa, la señora Olga Purroy. Confiesa que desde hace mucho tiempo anhelaba estar en la página dominical de nuestro Desayuno – Foro, pero él esperaba silenciosamente la invitación, hasta que esta semana, esa llamada llegó. Revela que sintió una emoción muy grande: ¡Aquí estoy, vamos pues!
Trae consigo un currículum que reúne sus logros más importantes, imposible nombrarlos todos, para ello tiene un lugar exclusivo, su propio “Salón de la Fama” que está en el velódromo que lleva su nombre, aquí en Barquisimeto.
Demostrando una lucidez sorprendente inicia la conversación con nuestro Director – Editor, José Ángel Ocanto.
Habla sobre su nacimiento, un 26 de enero del año 1921 en una casa de adobe y tierra pisada en el barrio Paya, cuando gran parte de Barquisimeto todavía era sabana. Sus padres fueron Felipe Saldivia, fundador del comercio en la ciudad y Josefina Alvarado, enfermera, fundadora de la Cruz Roja en Caracas.
Su cédula tiene sólo cinco dígitos, en todas partes le dicen que le faltan números, pero no, el maestro Alvarado es de los primeros 45 mil venezolanos cedulados.
Por la profesión de su madre, Héctor vivió en varias ciudades del país. Tenía 8 años y estaba en Puerto Cabello en la casa de su tía Marcolina, mientras estudiaba primaria en la Escuela Humildad.
Para entonces batallaba con el asma, recuerda claramente que su abuela colocaba un paño sobre las brasas y luego lo ponía en su pecho para calmar las crisis nocturnas. Así pasó parte de su adolescencia.
Pero estando en Caracas, mientras su mamá trabajaba en los adelantos del Movimiento de la Cruz Roja, él trabajaba como repartidor de medicinas de la farmacia Ramírez, andando en bicicleta.
-Las calles de Caracas eran de tierra, y habían subidas muy fuertes, yo pensaba que por culpa del asma me iba a morir.
Al principio de la entrevista, el maestro Héctor dijo estar lleno de milagros. Y aquí el primero de ellos: se curó del asma, cree que fue gracias a la bicicleta y a la intervención divina, no necesitó remedios ni visitas al médico, un buen día, las crisis desaparecieron.
El panorama ahora era perfecto para seguir pedaleando. Compró una bicicleta de semicarrera, era usada, le costó 150 bolívares, pero él pagaba 5 bolívares semanales, reuniendo de lo poco que ganaba como repartidor.
Tenía 17 años cuando formalmente inició sus entrenamientos. Se repetía a sí mismo lo que hoy les dice a sus estudiantes de la Escuela Central de Ciclismo del estado Lara: “no se queden en el montón”.
Se enlistó como debutante en una carrera dominical de 40 kilómetros en Caracas.
Con un traje de baño y una boina que se quitó en plena carrera por el calor, se entregó a la pelea y de pronto estaba jugándose la recta final con Raúl Rojas, de los mejores para la época.
Lastimosamente Héctor sufrió un percance, la bicicleta no aguantó el recorrido y se estropeó en la parte trasera, lo que lo obligó a quedarse con el segundo lugar, pero ese día ganó reconocimiento, a partir de allí, ya estaba inmerso en el mundo del ciclismo.
Sus facetas poco conocidas
Existe una parte de la vida del maestro Héctor que pocos conocen. Con la confianza ganada, se atrevió a contársela a Ocanto.
Aunque competía en importantes carreras, no tenía grandes recompensas económicas. Como repartidor de medicinas ganaba 24 bolívares semanales, entonces un buen amigo de la Federación Venezolana de Ciclismo le propuso un trabajo como orfebre en el que ganaría 40 bolívares semanales.
Sin saber una pizca del mundo de las joyas comenzó a trabajar en la joyería de Panchita La Guayanesa, en donde aprendió a crear distinguidas piezas de oro.
Tan valioso fue su trabajo que pronto se convirtió en el jefe del taller, una vez más “se salió del montón”.
En el año 1950, cuando Empresas Polar cumplió 10 años, Héctor fue el orfebre elegido para confeccionar un logotipo para los sellos de oro y demás reconocimientos a los trabajadores de toda Venezuela, esa tarea la realizó por medio siglo, hasta el año 2000.
A Lorenzo Mendoza lo conoce desde que era “un muchachito”. Se refiere con gratitud hacia su empresa, que ha visto fortalecerse en el tiempo.
De sus años de orfebre, hoy conserva dos de sus más importantes creaciones: las sortijas de su matrimonio y una medalla que guarda en su pecho con la imagen del Doctor José Gregorio Hernández.
Esta última nunca se la quita, muestra de su devoción por quien le hizo su segundo gran milagro: Llegó a la clínica con un cólico nefrítico que lo paralizó, tenía un cálculo comprometedor que podía requerir cirugía si no lo expulsaba, se aferró al Dr. José Gregorio y milagrosamente sanó, los doctores admitieron que se trataba de un caso fuera de lo común.
Su inseparable compañera
Hablar del maestro Héctor es hablar también de su entrañable compañera Olga.
Esta parte de su vida la cuenta ella, mientras Héctor sonríe apenado.
Olga tenía 12 años, vivía en Caracas. En la esquina de su casa se reunían los ciclistas, todos buenmozos, pero había uno más alto que todos y tenía una moto Harley Davidson.
-Él tenía muchas muchachas atrás de él y yo dije: hay muchas capillas pero yo voy a ser la Catedral.
Se unieron en matrimonio por civil en Caracas y cuando Olga cumplió los 20 años, le dijo a Héctor que era hora de casarse por la Iglesia.
El amorío sigue intacto, a los dos le brillan los ojos y Olga se complace en cuidar de Héctor como a un niño. Dice que es muy riguroso para comer a hora.
A las 12:30 ya tiene que estar sentado en la mesa, además consume poca carne, ese pudiera ser uno de los puntos que lo ha llevado a tener una vida longeva.
Que no dejen morir la escuela
El próximo 23 de octubre cumple 79 años activo en el mundo del ciclismo, y realmente está activo, porque aunque no se monta en una bicicleta desde que tenía 95 años cuando le dio dos vueltas al velódromo, de martes a viernes a las 3:30 de la tarde es posible encontrarlo con un pito en la mano en su Escuela Central de Ciclismo, Héctor Alvarado, que actualmente prepara a 60 jóvenes entre 9 y 16 años de edad.
Esta institución, que recién cumplió 41 años de fundada, ha dado productos a escala mundial como los medallistas olímpicos Ángel Pulgar y Carlos Linárez, además de un rosario de atletas de alto nivel.
Sin embargo, hoy la institución está en franco deterioro y carentes de materiales que hacen posible su sobrevivencia. Está de pie gracias a los 3.000 bolívares que los representantes pagan mensualmente y por el arduo trabajo de los entrenadores Mario Figueroa, Franklin Díaz y Daniel Linárez.
Los esposos Alvarado solicitan aportes de empresarios, como Lorenzo Mendoza, para garantizar la continuidad de la escuela.
-No queremos dinero, queremos cauchines tripas, repuestos, dotación de materiales, por favor no dejemos morir esta escuela que hace campeones, suplica la señora Olga, actual administradora y directora.
¡Gracias!
El maestro Héctor tiene la fortuna de que todos sus logros se los han reconocido en vida, le han dado todas las condecoraciones habidas y por haber.
Ahora quiere aprovechar la oportunidad para brindar un afectivo reconocimiento a quienes considera, son pilares que mantienen vivo al ciclismo.
-Esto quería hacerlo en una rueda de prensa, pero yo no tengo mañana, yo tengo hoy, todo lo que hago pudiera ser lo último. A los periodistas deportivos les digo: Gracias.
Con un especial afecto se refirió a nuestro Jefe de Deportes, el licenciado Frank Depablos, con quien compartió gratos momentos durante su carrera como ciclista.
Resume lo que siente por el ciclismo:
-Este deporte tiene tres cosas negativas, es peligroso, es costoso y es ingrato, porque cualquier día no te dan las piernas. Pero a mí me ha dado todo, no puedo pagarle al ciclismo todo lo que ha hecho por mi, inmortalizaron mi nombre.
Antes de ponerle fin a esta extensa y grata conversación, José Ángel Ocanto le pregunta al maestro Héctor qué le falta por hacer y cómo celebrará sus 100 años de vida.
-Sabes qué pasa, que yo creía que iba a disfrutar de mi ancianidad mejor económicamente, sin padecer por las medicinas, sin tener miedo de andar por las calles. Ahora yo quisiera que Dios se apiadara de mi, que me dio esta vida y no la despilfarré, yo di todo por mi país, me siento orgulloso de haber hecho lo que pude, me siento satisfecho y cuando él quiera, que me de mi descanso eterno y hasta contento me iría.