“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad, el mundo entonces tendrá una generación de idiotas”. Albert Einstein.
Debo comenzar por señalar que la duda en mí no es nada nueva. De hecho, reconozco que es parte de mi oficio, el cual me ha permitido cultivarla. Digo a los estudiantes con quienes comparto inquietudes, que aprendan a dudar, sobre lo que les enseño. Que ya es parte de ese aprendizaje, como bien lo advirtiera uno de los filósofos de mayor renombre en su época, el español José Ortega y Gasset (La Rebelión de las Masas): “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñes”.
Pareciese que la manera cómo buena parte de la generación actual (no hablo de toda por identificación con el principio de la relatividad) está procesando el caudal de información proveniente de la realidad no es la más apropiada a la capacidad de discernimiento que la misma requiere. Cuestiones de cantidad, calidad e interrelación hacen el problema complejo. Agréguele el acceso a la red tecnológica, la diversidad de criterios y multiplicidad de fuentes.
En el “laboratorio social”, los experimentos no siempre arrojan los mismos resultados. Los elementos, la combinación y las condiciones del ambiente, al variar, pueden trastocar lo esperado. Con Einstein y sus teorías, las “verdades absolutas” se volvieron relativas. Al final de la Segunda Guerra Mundial, con la detonación de la bomba atómica, su reflexión crítica permite inferir que en esta materia, el grado de idiotez es directamente proporcional al costo social que se le acarrea a la humanidad. El poderío y la tecnología militar al servicio de la barbarie siguen siendo evidentes. En medio de la amenaza de una guerra nuclear, diferentes actores se resisten a la destrucción del planeta. Los daños están científicamente probados y calculados, pero la idiotez y la ignorancia se unen.
De esa guerra, en todas sus dimensiones, es parte nuestro país. Se libra también en el espacio mediático y a través de las redes sociales, a escala internacional y nacional. Las pretensiones declaradas del Presidente de EEUU en torno a una intervención militar dispararon las alarmas en el seno de la comunidad latinoamericana y mundial. Un verdadero “efecto búmeran”. Cómo para escribir ahora: “El Manual del Perfecto Idiota Norteamericano”. (En el episodio reciente de violencia racista, en Charlottesville, Virginia, Trump, se contradijo:”La culpa es de ambas partes”, declaró).
La pregunta es: ¿Qué pasó en Venezuela después del 30 J? Pareciese que fuimos sometidos de nuevo a un experimento político, cuales conejillos de indias, ratas de laboratorio o cerdos sin retrovirus (la esperanza para el trasplante de órganos), que dejó 138 muertos, 5326 detenidos y daños “colaterales” a bienes y árboles. ¿El experimentó se canceló? ¿El informe se elaboró? ¿Qué cambió?
La búsqueda de criterios para despejar dudas y enfrentar mi idiotez me lleva a hurgar más en la denominada “red profunda”, allí donde cada quien alrededor de los hechos construye su “propia verdad” (según lo interprete y verifique o falsifique, a conveniencia) y la vierte en el torrente en busca de seguidores. Hasta ahora, el esfuerzo es infructuoso. Exploro, aferrado al criterio de Augusto Monterroso: “Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor”. Temo descubrir el agua tibia.