Un militar es un ciudadano con distintas prerrogativas al común de la gente; su actividad se circunscribe a reguardar la soberanía nacional, poniendo énfasis en la seguridad y defensa que debe tener el estado como factor preponderante de una sociedad.
Su área de influencia no los excluye del mundo que los rodea. Padecen los mismos inconvenientes que todos soportamos. Es lógico que sufran, fundamentalmente los de menor rango, de todas las peripecias que tenemos que hacer quienes vivimos en las fauces de una dictadura del peor talante. Tienen que guardar obediencia al estar comprometidos con la orden impartida, es una cadena de mando que no se detiene en análisis profundo: el soldado tiene que hacer cumplir la directriz que le indican. El orden jerárquico emana desde la posición cimera hasta llegar a los niveles más bajos, así se inició la organización del primer batallón en armas hasta nuestros días.
Han cambiando los mecanismos especializados de las conflagraciones frente a los enemigos. Las lanzas iniciales que bautizaron los combates, hoy son exclusividad de remotas tribus en el África meridional o en las anécdotas que se cuelgan del cuello de la noche de los tiempos. Hoy la tecnología militar puede combatir con prototipos que simulan una gran sala de videojuegos. Se ataca con un interruptor en aviones sin tripulantes, satélites fantasmas que ubican posiciones mientras las armas disuasivas hacen su parte en el ajedrez geopolítico. Es la dialéctica del combate contemporáneo que antepone principios tecnológicos arriesgando el mínimo de vidas.
¿Estará primero seguir las órdenes de un presidente que actúa inconstitucionalmente para masacrar al pueblo, y su Carta Magna, o a quién es víctima del atropello diario? Es una pregunta en la cabeza de una nación al sentir que sus Fuerzas Armadas se han convertido en copartícipes de un régimen totalitario. Su accionar para reprimir a las protestas tiene el sello de la desproporción, sus excesos y poco apego a la cordura; han contribuido con este clima que ya colecciona más de ochenta asesinados. Su descrédito crece al estar asociados con grupos hamponiles que utilizan la protección gubernamental, para realizar acciones vandálicas en desmedro de nuestros honestos comerciantes. Un verdadero arsenal de abusos de efectivos de la Guardia Nacional contra los desarmados manifestantes, abunda en las redes sociales, son incontables las pruebas fehacientes de la escalada de los grupos represores, que violando todo el estamento jurídico, invade propiedades, dispara a mansalva y lanza gases lacrimógenos en adyacencias de escuelas y centros hospitalarios.
¿Seguirá la Fuerza Armada manchando su honor con la sangre inocente de nuestro pueblo? Han disparado contra jóvenes con escudos de cartón, mujeres de distinta edad y condición social saben lo que significa la represión gubernamental. Inclusive honorables ciudadanos de la tercera edad han recibido su ración de patria. Otro ingrediente en la degradación de la elite castrense acusada de vínculos con el narcotráfico internacional, son muchos los jerarcas militares investigados por andar en nexos con el comercio ilícito del narcótico. Su vida de esplendor riñe con la pobreza de sus mandos. Se han erigido en potentados, son los nuevos ricos que militan en la morbosidad del gobierno.
Desde los regimientos seguramente debe sentirse la pesadilla venezolana. La mayoría provienen de hogares humildes, seguramente muchos de esos núcleos familiares viven la crisis nacional. Sus hijos o familiares cercanos deben andar entre las protestas diarias, quizás, sin saberlo, han apuntado a algún miembro de su sangre. La desbordada crisis nacional hizo metástasis en la realidad del venezolano llevándolo a la desesperación. Muchos hurgan en la basura tratando de paliar su hambre. Son innumerables los casos de ciudadanos que corren el riesgo de morir o fallecieron por falta de medicinas. Las empresas nacionales pasan por el peor momento de su historia; al igual que la cruda realidad de nuestros productores arruinados y sin insumos para producir. Una galopante corrupción gubernamental termina alimentando todo este fracaso que nos ha conducido al abismo.¿ Por qué los militares no escuchan la voz de un pueblo humillado? ¿Por qué salen a combatir a jóvenes de escudos de cartón, mientras les disparan en compañía de grupos hamponiles, que en su presencia han saqueado comercios?
Siempre el uniforme militar representó un gran prestigio. En el barrio había regocijo cuando llegaba un hijo del sector a visitar a su familia. Hoy el profundo desprecio los invita a vestirse de civil. Haber perdido el rumbo los hace aparecer como aliados de la dictadura…