De tanto viajar en las entrañas de incógnitas y angustias había dejado pasar la responsabilidad íntima de conversar con los amigos que se me adelantaron en el viaje final. Esta omisión me explotó el Día del Periodista, al recordar que «Toto» Herrera había partido.
Jesús Antonio Herrera, «Toto», fue poeta, escritor, periodista, abogado pero su gran sueño lo conquistó al ser Rector de una Universidad. En los lejanos años de cuando éramos estudiantes universitarios en Caracas, como buenos campesinos que se protegen de las grandes ciudades dándose mutua compañía, así nosotros un grupo de caroreños peregrinos de sueños y proyectos infusos nos apropiábamos del futuro designando los roles que queríamos desempeñar en la vida.
Confieso que el mío de ser monje anacoreta no lo pude alcanzar, pero en cambio «Toto» logró volar sobre nubes borrascosas y riscos amenazantes para encumbrarse exitoso en el sitial anhelado por sus aspiraciones juveniles.
Pero lo importante no es llegar al sitio que prefiguraron nuestras aspiraciones, lo importante es llegar y hacerlo bien como personaje protagónico del libreto que nosotros mismos redactamos. Y en el caso de «Toto» cualquier halago puede quedar corto porque él fue un Rector a semejanza de Miguel de Unamuno, y no me ruborizo con la comparación porque si puedo pecar de exagerado en el ámbito curricular, no desentono al igualar la calidad ciudadana de ambos, su fuerza moral para sostener posiciones de altura frente a las muchas circunstancias pedestres que enmarcan la cotidianidad de los hombres públicos.
De pensamiento donde convergían y se fusionaban ideas emanadas de epicentros universales de la cultura, «Toto» siempre amarró su justificación existencial a las realidades de su pueblo natal. Él construía y reproducía las realidades de su ámbito vital a partir de la memoria de la gesta caroreña que tuvo como punto de arranque el mundo del chivo hasta escalar a estratos económicos y sociales de mayor escala económica e intelectual, como se expresa en la creación de una raza lechera tropical, única en el mundo, y una pléyade de prohombres con profunda huella en diferentes campos del intelecto humano.
Sobre este universo particular de chivos, tunas, viento seco, polvo arremolinado y soledades onticas «Toto» me propuso en una oportunidad que escribiéramos a dos manos un ensayo titulado La Cultura del Chivo. No lo llegamos a cristalizar porque la vida nos bifurcó en andares distintos aunque si alguien hiciera el esfuerzo de recopilar sus artículos y discursos se encontraría que están tejidos por ese propósito secular de convertir la cotidianidad caroreña en una referencia inevitable y un Macondo circular donde el paso del tiempo cumple el papel demiúrgico de acrisolar voluntades para vencer el reto de la supervivencia ante el desierto.
Pero al recordar a «Toto», en este día debo referirme a su condición de periodista, que lo fue de todas las maneras posibles. Como heredero de pioneros de esta profesión en Venezuela, como Director de El Diario, como profesor universitario y sobre todo como representante formidable de la sabiduría y la moral de intelectuales que asumieron la comunicación diaria como vehículo para perfeccionar la ética ciudadana.
A este respecto y en honor a la obligación de concisión periodística va, quiero culminar esta conversación expresando que la sabiduría y la bondad fueron las mejores credenciales del Rector Jesús Antonio Herrera, mi amigo «Toto».
