Se ha dicho que uno de los factores que contribuyó a la caída de civilizaciones antiguas, como la del imperio romano, fue la inmoralidad descarada.
Venezuela está sumida en una de las peores corrupciones de la historia en todos los niveles y nadie sabe quién es quién. Nadie se atreve a lanzar la primera piedra.
El pasaje bíblico dice así: Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo le dijeron: Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en acto de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrearlas. ¿Qué dices?
Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Y como lo acosaban a preguntas, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, ¡que tire la primera piedra!”
Son palabras que aunque no siempre hablan de una mujer adúltera, tienen la ventaja añadida de poder aplicarse a cualquier contexto.
Si bien la falta de honradez es universal, la corrupción en Venezuela es considerada alta para los estándares mundiales y prevalente en todos los niveles de la escala social venezolana.
La costumbre de los alumnos de enseñanza media y superior de copiarse en los exámenes, la piratería de películas y música, el robo en los trabajos, el gran número de fraudes cometidos en el sistema de asistencia médica y el uso de esteroides en los deportes, quedan reducidos a su mínima expresión cuando tocamos niveles más altos que hacen metástasis en todos los organismos del Estado.
Alguien puede practicar la corrupción en tu nombre. Aquel a quien le diste tu voto también le ensanchaste un cheque en blanco para que pusiera la cifra. Eso es lo que hace tu favorecido cuando le da la gana. Puedes reclamarle pero no te oye porque sabe que voto (cheque en blanco) que se da, no hay manera de quitarlo. Durante mucho tiempo puede seguir poniendo ceros a la derecha.
La influencia de este pecado se ha reproducido en casi todas las parcelas si tomamos como ejemplo el alto índice de policías, guardias nacionales y otros funcionarios detenidos en flagrancia intentando extorsionar a ciudadanos, corrupción en el Saime donde no hay pasaportes pero sí quienes reciben un puño de dólares por gestionarlo; no hay renovación de cédulas pero hay gestores que las sacan por determinado precio, igual en tránsito o los aeropuertos. No hay medicinas en las farmacias porque muchos empleados las adquieren para bachaquear. Igual en los grandes supermercados, donde venden la mitad de los productos de consumo regulados, y el resto lo pasan en horas de la madrugada por la puerta trasera a civiles y guardias nacionales para luego dividir las ganancias.
Eso significa que la corrupción no es algo ajeno a nosotros y que a la larga nos pasa muy cerca moldeando nuestra calidad de vida para perturbarnos espiritual, psicológica y moralmente en lo personal y colectivo.
Es un problema moral que menoscaba el orgullo de los ciudadanos de pertenecer a la nación que la tolera por mucha patria que se pregone, del cual debemos cuidarnos en un mundo deshonesto donde todavía podemos ser honrados, aunque, según el Duque de Otranto, el francés Joseph Fouché: “Todo hombre tiene su precio. Sólo hace falta saber cuál es”.