#opinión: Esto es lo que hay por: Antonio Sánchez García

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Pocas veces en mi vida, que ya comienza a ser un poco larga, he deseado tanto y con tanta intensidad vivir en un sistema democrático convencional, como lo he anhelado durante toda esta jornada, que ya llega a su fin. Haber tenido la oportunidad de sentarme frente al televisor e ir recibiendo las distintas informaciones que desde distintos canales y siguiendo distintos parámetros, mediante gráficos, guarismos y comentarios de expertos, polemistas y políticos del patio, me hubieran ido preparando el ánimo para observar en vivo y en directo el curso de este trascendental enfrentamiento electoral.
Nada del otro mundo. Era lo que sucedía en la Venezuela democrática que fue, en gloria y majestad, desde el 23 de enero de 1958 hasta sucumbir de decadencia precoz el 6 de diciembre de 1998. Cada cierta tanda de minutos sonaban las trompetas, se escanciaban los himnos y los operativos electorales nos contaban cómo avanzaba el partido A en el Estado Z y cómo se encogía la clientela electoral del partido B en el Estado X. Ninguna sorpresa. Asistíamos al hervido de la gallina mientras se caldeaban las cacerolas y presenciábamos el sancocho de las papas mientras borboteaba el agua. Nadie se quemaba por introducir la lengua en donde no debía ni se congelaba el gaznate por dejar enfriar las presas.
No quiero ir al fondo de lo que sucedió ayer en las poblaciones, pueblos, ciudades y Estados de la martirizada patria de nuestros sufrimientos. No pretendo comparar cifras de logros anteriores, progresos y regresiones de las conquistas que tanto nos enorgullecían, cuestionar a los encuestadores que nos encuestaban o hacer preguntas indiscretas sobre la naturaleza y estilo de la campaña. La derrota es amarga, habita orfelinatos y nunca en la historia nadie ha salido a decir: crucifíquenme, yo fui el pendejo. O pásenme la factura, yo rompí los platos. O tuvieron razón mis adversarios, había q enfrentar la carrera desde otros parámetros y con otro lenguaje. Cuando de culpas se trata, culpables fuimos todos.
Ya recibimos la lección. Los únicos cuestionados por esta vez fueron los extremistas. Ya se habituaron a ser tratados como los chivos expiatorios. Por cierto: no los pistoleros motorizados de Chávez o los funcionarios asesinos de Barinitas, sino unos periodistas de medio pelo que insisten e insisten en calificar al otro candidato de autócrata y de desconfiar del rectorado oficial del ministerio de elecciones como de una pandilla de asaltantes de caminos. Ay si además alguno cantó la tragedia con presagios meridianos.
¡Pero cómo quisiera ir siendo hervido de a poco e informado del curso de mi tragedia paso a paso! Que eso de escuchar a las 6 de la tarde de un hermano de un amigo casado con la hija de un diputado de UNT que supo por un primo de la ahijada de Vicente Díaz que nuestro candidato va cinco puntos adelante y arrasó en Macarao – siempre en comparación con otras circunstancias en que teníamos en esa proletaria parroquia un par de miserables votos – de acuerdo a las encuestas a boca de urna financiados por los dueños de una fábrica de carteras de cocodrilo, para ser despertado a las 8 de la noche de una profunda duermevela favorecida por la sospecha de una victoria segura con la infausta noticia de que los otros ganaron por 8 puntos porcentuales, sin pruebas, papeletas, actas ni demostraciones palpables, es una de las posibles causales de infartos irreversibles.
Ya lo viví el 15 de agosto de 2004. Casi, casi que lo mismo. Betulio pega, Betulio golpea, Betulio remata, ¡perdió Betulio! No quiero preguntarme si hubo fraude continuado o circunstancial, de un guamazo o a fuego lento, dormido o despierto. Quiero simplemente un poquito de democracia, para dejar de creer en las brujas con escobas y los milagros de maletín. Y enterarme paso a paso que si ganamos en el Zulia perdimos en Barinas. Y así sucesivamente. ¡Cómo echo de menos el tararararán, tarán tarán y la figura de la Flaca o de Gilberto Correa animándonos la tarde con las aproximaciones a la nada sorprendente tanda de resultados. Que si en vez de ganar Jota ganaba Eñe, no pasaba nada. El mismo musiú con distinto cachimbo. Todos tan amigos como antes.
Ahora, no. Discúlpeme compañero, pero ¡cómo añoro la democracia!
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