Gracia de Dios haber vivido en la era donde la cátedra romana ha sido ocupada por ocho grandes personajes, cada uno en su estilo, pero todos de profunda huella. Nací durante el pontificado de Pío XI y estoy en el de Francisco, entre ambos: Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y II y Benedicto XVI. En persona, pude conocer a Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Al primero lo vi, oí y recibí su bendición junto a multitud de fieles, en Roma y en Castelgandolfo, algo inolvidable; al segundo en Roma; al tercero en Manaos (Brasil) y en Caracas; al cuarto, no como Sumo Pontífice, sino como cardenal arzobispo de Munich (Alemania) y tuve el privilegio –lo he contado- de recibir de sus manos la sagrada comunión durante la misa que una tarde de domingo ofició en la catedral de su jurisdicción.
¿Cómo me ocurrió? Sencillo: turista en Italia en el caso de Pío XII y Pablo VI; en un viaje especial en el pequeño avión que me prestó Juancho Otaola para ver a Juan Pablo en Manaos, luego, en sus dos visitas a Venezuela; al cardenal Joseph Ratzinger, como delegada a un congreso de medios visuales y evangelización en Munich, 1977.
¿Por qué estos recuerdos ahora? Al registrar en mi memoria encuentro tantas cosas dichas sobre estos papas, no siempre de elogio o admiración, sino de crítica acerba y calumniosa de los eternos descontentos ante la actuación ajena. Me vienen a la mente porque en Venezuela hoy tenemos la misma tendencia: destruir reputaciones, juicios temerarios ante las intenciones del otro, carcomer la unidad en lugar de construirla y nutrirla, desbaratar con la lengua el trabajo arduo del prójimo. Un empeño en la negación del bien.
Pío XII, víctima de una bien preparada campaña soviética, es acusado de silencio ante el nazismo, de no haber hecho nada contra el Holocausto. Falso. Cuando Pío XI publicó su famosa encíclica condenando el nazismo, en alemán, única encíclica papal en otro idioma que el latín, los exhaustivos datos sobre el tema se los dio su nuncio en Alemania, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII. Ya pontífice, ordenó a los conventos de Italia esconder judíos y autorizó falsas partidas de bautismo para protegerlos. No publicó una encíclica ante el drama tal vez para evitar una reacción tan trágica como la que provocó la pastoral de los obispos de lo Países Bajos: una redada espantosa de judíos, sacerdotes y monjas de origen hebreo, como la Dra, Edith Stein, carmelita descalza, que terminó en la cámara de gas en Auschwitz. ¿Por qué uno de los primeros conciertos de la sinfónica del nuevo Estado de Israel fue en el Vaticano? Para agradecer el salvamento de miles de judíos.
Y las comparaciones odiosas: Juan Pablo II simpático y popular, Benedicto XV, seco y distante; frente a Francisco, sobrio y de zapatos viejos, lujoso, con mulas de fino cuero rojo, ¡se las regaló un zapatero! Benedicto XVI se vistió obedientemente bien con lo que consiguió en el armario papal, le dio frío y se puso una capita, ¡qué si tenía cuello de armiño! Ahora a Francisco, tan sencillo y humilde, se le tacha de comunista, no ven su caridad; tampoco al gran teólogo en Benedicto XVI, cuya encíclica Deus Caritas Est leo por tercera vez, nutre mi alma.
Sólo crítica acerba, como con la MUD, «Chúo» Torrealba, Ramos Allup o Julio Borges. ¡Por el amor de Dios, descansen las lenguas!