Desde finales de 2016, cuando la propuesta del referendo revocatorio hizo aguas debido a la obstrucción judicial, la coalición opositora entró en un proceso de profunda crisis que dio paso a una reestructuración, anunciada primero para el 5 de enero de este año, luego para el 23 de enero, hasta que finalmente se anunció su reorganización a mediados del mes de febrero.
La nueva estructura difiere sustancialmente de la anterior, y pretende darle mayor poder de participación a la sociedad civil y a la diversidad de los partidos políticos que hacen vida en la alianza opositora. Así las cosas, se creó una secretaría técnica, con tres frentes (político, social y técnico), un comité político operativo compuesto por nueve partidos (Voluntad Popular, Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Causa R, Avanzada Progresista, Vente Venezuela, Alianza Bravo Pueblo y Movimiento Progresista Venezolano), así como el Congreso de la Sociedad Democrática que se encargará del enlace con las organizaciones de la sociedad civil.
Pesa a las expectativas creadas en torno a esta estructura, la “nueva” MUD no augura resultados distintos a los del año pasado. Los problemas de fondo están lejos de resolverse, y el dilema principal es: ¿Quién o quiénes toman las decisiones? Si no hay claridad en esto, difícilmente se podrá avanzar en la construcción de la ruta para lograr el cambio político.
Preocupa la incorporación al comité operativo de partidos pequeños que electoralmente tienen un peso político muy limitado. La lógica indica que los partidos que cuenten con el mayor respaldo popular deben tener mayor capacidad de decisión, por un tema de representatividad.
Por otra parte, la división de la secretaría ejecutiva no garantizará la eficiencia, independiente de la idoneidad de sus integrantes. Estamos hablando de un tema institucional y no de las personas que integran cada estructura.
En esta reorganización, el tema de la vocería se convierte en algo capital. Desde su creación, la alianza tuvo dos secretarios generales que se encargaron de informar y explicar las decisiones tomadas. No es nuestro objetivo juzgar como lo hicieron, sino resaltar que hubo una cabeza visible que dio la cara al país en momentos críticos.
Actualmente, y a casi un mes del relanzamiento de la MUD, da la impresión de que continúan los viejos problemas en cuanto a organización y comunicación. La pluralidad en la vocería ha dejado mudo al organismo opositor, al tiempo que la ciudadanía está demandando explicaciones y posturas claras frente a la grave crisis que atraviesa el país.
Esta es la clave del problema actual, si no hay una verdadera dirección unitaria, no habrá estrategia política y tampoco comunicacional.
Las encuestas señalan que a pesar de sus problemas internos la intención de voto mayoritaria a favor a la MUD se mantiene más o menos estable, lo que muestra que el problema continúa siendo a lo interno.
La MUD nació como una alianza electoral y actualmente debe repensarse en un escenario donde no está planteada la realización de elecciones, al menos tal como las conocemos, y más allá de consideraciones estructurales debe reorganizarse en función de una nueva y dramática realidad.
Puede sonar estridente para algunos esta afirmación pero definitivamente los partidos políticos, son y seguirán siendo las instituciones fundamentales de la democracia y ellos deberán ser los responsables de una estrategia exitosa de conducción política.
A pesar de los problemas por los que atraviesa actualmente la MUD, sería suicida destruir una fuerza política que logró articular a la oposición que, durante casi una década, estuvo dispersa y sin objetivos. No formamos parte de los corifeos que braman por su disolución porque el país requiere de vías institucionales a través de las cuales los ciudadanos puedan expresarse y la MUD, con sus luces y sus sombras, constituye probablemente la única institución política con la que cuenta el país democrático.
No cabe duda que el relanzamiento de la MUD representa la apuesta de la coalición opositora de adaptarse a un escenario no electoral y la amenaza de la abolición del sistema de partidos tal como lo conocemos hoy. El tiempo, empero, conspira contra de la oposición y si no demuestra en el corto plazo que es más que una maquinaria electoral, corre el riesgo de perder su mayor activo: el respaldo popular.