En un teatro antiguo de Palmira, que el ejército sirio acaba de arrebatar al grupo yihadista Estado Islámico (EI), Angel Dayub canta el célebre estribillo árabe: «Estamos de vuelta, oh amor mío».
La voz melodiosa de esta joven de 15 años llena el espacio. El EI ha dejado cicatrices en este edificio del siglo II antes de escapar el jueves de las tropas gubernamentales, respaldadas por Rusia.
Los destrozos «no nos desaniman a venir a cantar y a actuar aquí», declara a la AFP.
«Quiero tocar música y cantar en todos los sitios de los que el EI fue expulsado porque este grupo odia las canciones y prohíbe tocar instrumentos», añade en un tono desafiante.
Para interpretar la famosa canción de la diva libanesa Fairuz, Angel está acompañada por amigos músicos que tocan el violín, el tamboril o el laúd árabe.
«Cantamos ‘Estamos de vuelta’ porque volveremos fortalecidos. Cada uno reconstruirá el país a su manera. Queremos hacerlo con música y canciones», explica.
Las ruinas de Palmira están incluidas en la lista del Patrimonio mundial de la humanidad desde 1980. En los seis años de guerra, esta ciudad desértica del centro del país ha cambiado varias veces de manos.
El EI se apoderó de ella en mayo de 2015 y destruyó y vandalizó sus tesoros arqueológicos durante diez meses en los que gobernó a fuego y sangre, con ejecuciones en el teatro romano. Fue expulsado en marzo de 2016.
Pero regresaron en diciembre y echaron abajo el Tetrápilo de Palmira, un monumento de 16 columnas erigidas a finales del siglo III. También saquearon el teatro.
‘Tinieblas’
Los jóvenes músicos dieron una pincelada de su talento ante una audiencia de soldados sirios y rusos a los que se unieron los periodistas que participaban en una visita organizada por el ejército.
Se escucharon varias explosiones. Eran de los combates entre las fuerzas sirias y sus aliados rusos contra el EI al norte y al este de la ciudad.
«Dáesh (acrónimo en árabe del EI) quería prohibir el teatro, las canciones, pero yo quiero desafiarlos», dice Maysaa al Nuqari, que toca el laúd.
Vestida con una cazadora de cuero negro y botas de combate esta joven de pelo rizado teñido de rojizo llama a otros músicos a tocar. «Dáesh son las tinieblas pero la música es la luz», dice.
Palmira tiene 2.000 años de historia. Era un oasis que cayó bajo control romano en la primera mitad del siglo I y fue anexionado a la provincia romana de Siria.
Era una ciudad próspera en la ruta entre el imperio romano y Persia, India y China, gracias al comercio de especias y de perfumes, de la seda y del marfil de oriente, de las estatuillas y del vidrio de Fenicia.
Sus templos magníficos, sus tumbas de estilo único y sus columnatas atrajeron a unos 150.000 turistas un año antes del estallido de la guerra en Siria.
Palmira por siempre
Wael al Hafyan, un responsable del departamento de antigüedades de la provincia de Homs, hará un inventario de los monumentos que quedan en pie.
Recorre el lugar, examina atentamente cada pieza y lo anota en un pequeño carné.
«Nuestra estimación preliminar es que los nuevos destrozos están limitados a la fachada del teatro, su ábside y a la voladura del Tetrápilo», asegura a la AFP.
Pero se echa a llorar en cuanto llega al teatro y al Tetrápilo. El EI lo redujo en enero a una pila de piedras, en un acto calificado por la ONU de «nuevo crimen de guerra y de inmensa pérdida para el pueblo sirio y la humanidad».
«Cualquiera con un ápice de humanidad se siente triste viéndolo. Estoy triste y lo estaré hasta que Palmira vuelva a ser lo que fue», recalca. Él es optimista y cree que será restaurada con la ayuda de la Unesco.
Cuando se le pide un balance de lo que queda de los tesoros de Palmira, Wael al Hafyan se muerde el labio y reflexiona.
«Toda Palmira sigue estando. Su historia permanece. Algunos arañazos no pueden alterar su belleza. La barbaridad cometida por Dáesh, todos sus crímenes, no pueden atentar contra la gloria de esta ciudad», asegura.