Se imagina uno que un cartel con estas palabras está guardado en cada gaveta, de cada despacho de cada jerarca de este gobierno militar con fachada civil, y que el asedio de una crítica, o la osadía de un reclamo y sobre todo, frente a la exigencia de respeto a la Constitución, y la solicitud de fecha de elecciones, el cartel es guindado en la puerta, con la advertencia de no molestar. “Déjennos robar” es el mensaje que los herederos y defensores de un modelo de dominación fracasado en su promesa de combatir la pobreza, acabar con la corrupción y darle poder al pueblo, le envían a quienes sencillamente desean rescatar la noción de institucionalidad democrática en Venezuela.
Las denuncias sobre supuestos sobornos pagados por la empresa de construcción brasileña Odebrecht a funcionarios gubernamentales para la asignación de multimillonarios contratos en obras de infraestructura, se multiplican en varios países latinoamericanos, entre ellos Venezuela, tierra fértil ideológica y políticamente hablando para acuerdos y generosos contratos de aparente solidaridad preparados en guisos cuantiosos, firmados en su momento al calor de la amistad entre Chávez y Lula.
La expulsión de dos periodistas brasileños que realizaban en el país una investigación sobre obras inconclusas contratadas al gigante industrial amazónico, expresa el tono cristalino y tolerante del régimen de Nicolás Maduro en relación a la lógica rendición de cuentas y explicaciones, que en un país democrático y con independencia de poderes y justicia imparcial, se ofrecerían ante las denuncias de corrupción formuladas.
De algo no hay duda: En la medida en que el delirio va definiendo la psicología y la praxis del poder en Venezuela, y la vocación tiránica extiende sus intenciones y amenazas, avanza también la disociación del lenguaje como expresión de la realidad. Maduro anuncia el inicio de la Misión Justicia Socialista, y ya ese sólo adjetivo (como cualquier otro que la idiotez pueda sugerir) niega de plano la existencia misma y significado de la palabra “justicia”, entendida como “imparcialidad”, “independencia”, “legalidad” , “estado de derecho”, y “garantía” o “norma constitucional”.
Un gobierno que no oculta su intención de perpetuarse en el poder y que se ha convertido en una maquinaria para la destrucción y saqueo de un país, a través de la mentira y la represión como pilares de su ejercicio cotidiano del poder, ha perdido cualquier legitimidad y base de sustento político, más allá del partido militar que lo mantiene en pie.
Ante el impune cinismo de una frase que define a la actual estructura de gobierno y poder, “déjennos robar”, una sociedad unida, articulada y decidida a rescatar su libertad y dignidad democrática, debe responderle en un solo grito: ¡Déjennos votar!