Sin amigos el hombre es un cavernícola en su oscuro mundo, aunque a veces es mejor estar solo que mal acompañado.
Cada quien tiene su carácter y determina en sí su modo de pensar y de sentir de una manera única y propia.
En la juventud se tienen compañeros, compinches, panas. Es con el tiempo que reconocemos el tesoro que tenemos en aquel amigo que nunca ha buscado adueñarse de nuestra voluntad que nos respeta y acepta tal cual somos que ríe con nosotros a carcajadas, nos da vida y nos hace creer que existen cosas buenas.
La amistad verdadera requiere de sinceridad, de tiempo y sazón para conocerse mejor a través del trato. Cuando se da sin exigir pero con la condición de que ambos sigan la misma máxima, es allí donde se confirma el sentimiento igualitario que engrana su manera de ser con el carácter de almas libres e independientes que no sufren la servidumbre de otros sentimientos apasionados.
Después del matrimonio es la amistad el vínculo personal más íntimo y el más fecundo en bellos frutos; es signo de concordia y unión entre los hombres.
La naturaleza del ser humano no aspira la soledad, siempre está buscando seguros arrimos y cuando encuentra un grande amigo, se convierte en el regalo más preciado, compañero que se conserva hasta la vejez cuando el lampo del último sol se hunde lentamente en el ocaso. Es en el momento final de la vida en el que hace falta un amigo de verdad, no uno de oropel.
Todos anhelamos tener un amigo sincero que nos ayude a borrar o mitigar la saña de lo real, que sea bálsamo en los duros momentos que ponga música a nuestra alma, que se pueda hablar con él de todo y al final podamos afrontar con serenidad las arremetidas de los años invernales, para no del todo en el ocaso hundirnos. Con una buena familia y un amigo de verdad cualquiera podrá al final decir como Nervo en su poema: “Vida nada me debes, nada te debo, estamos en paz”
La mayoría que dicen ser nuestros amigos, son un vano herbario de divisas, de argucias, intereses y condiciones; amigos que lo son solo en el interés, la abundancia, la fama y el poder. El interés es el encuentro en la mayoría de los hombres, si no hay oro no hay amigos.
Los alucinantes y maravillosos avances tecnológicos y científicos nos han llevado a perder el contacto humano. Las redes comunicacionales ponen ante nuestros ojos millones de amigos virtuales, seguidores y contactos que no abrazan, no comparten ni saborean un vino con nosotros, que no nos miran a los ojos, no ríen ni celebran nada con nosotros. El mundo ha olvidado que es en las cosas pequeñas en las que el corazón encuentra su refrescante alborada.
Aunque no hayamos logrado tener un buen amigo, no estamos tan solos, los mejores son carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, esencia de nuestra esencia.
Yo canto a lo que se cifra en mi alma, a los que tienen el corazón lleno de bienandanza, canto a los que de mí nacieron, aquellos cuya compañía me salva de los días iguales, aquellos que como mis libros son parte de mí. Yo canto a mi sangre, a mis ancestros, a mis padres, a mis hermanas, a mis hijos, a mis nietos y a los que se han unido al grupo fortaleciendo el lazo familiar. Gracias doy al singular universo de mis afectos por sobre todo a mis hijos mis más grandes amigos, siempre presentes en las buenas y en las malas.
Palabras de Cicerón: “La amistad no puede existir sino entre hombres de bien, porque los malvados solo tienen cómplices, los voluptuosos compañeros de vicio, los interesados socios, los políticos partidarios” Son solo amigos de oropel.
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