Hundirnos completamente en el foso es el siguiente paso. Es la tarántula que teje la tupida telaraña de fabulaciones patrioteras, hasta llevarnos directo al terreno de sus fortalezas. Son movimientos paulatinos que envuelven la conciencia general hasta llenarla de su pócima secreta. Veneno inoculado que entra en el torrente sanguíneo venezolano; para llevar su maldad hasta todos los ámbitos de la vida nacional.
Son seres inescrupulosos que no se detienen ante nada para lograr sus desmedidos propósitos. La patria herida es casi una cavidad en donde los sueños de progreso son parte de la ciénaga de mentiras que forman su base. Anhelan que todos seamos parte del club de las penurias. Vernos arrastrados por la necesidad de subsistir en medio de condiciones terribles. Que cada venezolano tenga el sello del proceso es su premisa maquiavélica. Marcarnos como reses que van directo al matadero de la historia: su fin. Que comience la gran molienda en donde solo queden restos de una conciencia a la cual desean pervertir; para disfrazarla con sus vetustas ideas de perennidad en el tiempo. Han logrado que el abismo sea el espejo en donde millones nos reconozcamos, nada de ofrecernos un futuro promisor. Cuando abrimos las ventanas las mismas tienen las cortinas del hierro totalitario. Los tapices no se agitan con la brisa que viene de lejos; son férreos huesos metálicos de mentira. Sólidos gendarmes que vigilan la poca libertad posible, hasta hacerla el rehén eterno sin derecho a vida. La revolución bolivariana ha sabido robarnos este trecho histórico, para llevar su idea pegada al espinazo de las necesidades más sentidas de la población.
Venezuela tiene dieciocho años con esta pesadilla atragantada en su alma, hemos perdido un buen tiempo de nuestra historia viéndolos como nos arruinaron absolutamente. La prosperidad deseada se fue a pique, los descomunales recursos que genera la renta petrolera la hicieron suya. Lo concibieron ante la vista de un país que no reacciona, que actúa momentáneamente para volver a recogerse entre numerosos signos de miedo. El incendio arrasa con todo un país, mientras su sueño es tan pesado que no percibe que solo le va quedando el rincón de su despojos. Lo adormitaron hasta el punto de hipnotizarlo con los desvaríos del poder. Con una nación arrodillada es mucho más fácil seguir avanzado sobre su cadáver, caminar entre los escombros para colocar entre las humaredas de campos arrasados la bandera del socialismo.
Largos hilos manejados por diestros manipuladores de una obra bufa. En la oscuridad la telaraña es tan amplia que va cercenando la vida de la República, hasta llenarla de nubarrones en donde cavila la inquietud. La dictadura tiene la destreza de aquellos que consiguieron en la manipulación la pieza fundamental de su juego político. Los regímenes totalitarios requieren de naciones devastadas para llevar a cabo sus planes, en la ruina es más fácil imponer un modelo, ya que la capacidad de manipulación se amplía hasta grados inimaginables; se juega con la necesidad de la gente: se mata el hambre de manera momentánea, y al mismo tiempo se compra la escasa conciencia que les queda al desmirriado de la vida. Multiplican el dolor para crear tal grado de dependencia que el ciudadano se transforma en un débil ratoncito en las garras del gato-estado. Acumulan desastres como basura en las calles, que mayor personas sean clientes de la podredumbre es una tórrida victoria para los despiadados. Ellos quieren pueblos tristes, almas errantes con las tripas exhibidas en el fogón del fuego incinerador; duermen en casas sin friso, con piso frío de desventura y derrumbe extremo. Un cuadro horripilante con la herida rasgando el lienzo de la vida, son los ojos de un porvenir seco, carente de aguas que llenen sus canales…
twitter @alecambero