La noticia llegó a la redacción: Beatriz Viggiani, poeta, escritora, crítica de arte y muchas cosas más, había fallecido en Nápoli, Italia, un país suyo, como tan suyo fue Venezuela a la que siempre recordaba con esa nostalgia que muchas veces nos permite tener una doble nacionalidad emocional.
Beatrice, como solían llamarla sus más íntimos amigos, vivió muchos años en Barquisimeto, ciudad donde desarrolló una intensa actividad ligada a la cultura y al periodismo.
“Yo pienso en italiano, pero escribo en castellano”, -pero todo el mundo entiende lo que quiero decir- solía comentar.
No se equivocaba. Cultivó una legión de lectores que llegaban a quererla con la misma intensidad con la que escribía sus artículos en la página de Opinión de este diario o en la sección dedicada a la reseña cultural. No era muy complaciente a la hora de opinar. Ejercía, sin presiones ni timideces, su derecho a criticar o elogiar sin odios ni rencores, más bien con una objetividad que muchas veces llegaba a molestar a las “víctimas” de sus dardos
A pesar de su edad, la Viggiani era muy moderna en su pensamiento y en su quehacer. Le gustaba reunirse con la gente joven, era “una rockera más”, como dijo una vez en una entrevista que le hiciéramos. “Hablar con los muchachos me permite retroalimentarme y estar al día con lo que sucede en el mundo”, aseguró.
Cuando se encargó de la Página Literaria de EL IMPULSO muchos se alegraron y otros no tanto, pero nadie discutió sobre su talento y capacidad para esa misión tan delicada ordenada por la dirección del periódico, la cual cumplió a cabalidad en el tiempo requerido.
La casa de Beatrice en Barquisimeto era de puertas abiertas, no solamente para conversar y recibir a sus amigos. Ella era una gran chef y sus platos resultaban una delicia, especialmente cuando se trataba de la cocina italiana o francesa.
Poeta de alto vuelo, imaginativa, sencilla en el decir y el hacer.
¡Beatriz Viggiani!