Estas mis primeras líneas del 2017, las escribo para un Diario que cumplió 113 años de fundado, y recibió como regalo del Ejecutivo la negativa de suministrarle papel para que pueda seguir circulando. Ojalá cuando esté Ud. leyendo este artículo, sea en su versión impresa. La dignidad, la libertad de expresión y la ética informativa que definen a El Impulso, parecen tener un enemigo en Miraflores.
De algún tiempo a esta parte, en especial desde el triunfo parlamentario del 6-D de 2015, en un desborde de optimismo o neutra prudencia, hay quienes defienden la idea de que Venezuela vive una transición. Los últimos acontecimientos, sin embargo, me hacen dudar de dicha tesis.
Al cerrar las puertas al proceso revocatorio y no realizar las elecciones a gobernadores, Nicolás Maduro nos ha dado licencia para llamar al régimen que intentan conducir “dictadura”.
El término “transición” sugiere la noción de un cambio que avanza pero que se encuentra en un punto en el que la vieja situación o circunstancia agoniza pero no termina de morir, y la nueva exhibe sus contornos y señales pero no termina de nacer.
Lo que estamos presenciando hoy en Venezuela, es el avance e intento de consolidación de una tiranía que cerrando las puertas a cualquier proceso electoral, viola la Constitución y desconoce a un Poder Legislativo cuya actual conformación opositora es expresión del voto y soberanía popular. Impune y macabramente, el gobierno quitó a la oposición la iniciativa que representó en su momento el revocatorio como posibilidad de lograr el cambio político. Y lo ha hecho sin ningún costo político.
Ninguna tiranía abdica de su voracidad de poder sin presión popular, sin protestas y sin que el profundo malestar social y económico se manifieste en las calles del país. Maduro y su mitómana vocación autoritaria gobierna un país que no existe, una ilusión revolucionaria que se pudrió al calor del derroche, el saqueo del erario público, la corrupción y la militarización de la sociedad, y que se encuentra hoy en el fondo de las bolsas de basura en las que cada día más venezolanos buscan qué comer, o en las que celebran y expresan una dantesca repartición de las migajas como un logro “socialista”.
El hambre, el caos institucional, el deterioro de nuestra calidad de vida y la peor crisis económica de nuestra historia, perdurarán mientras Maduro y la élite militar-civil que le sostiene continúe en el poder.
Vienen días de ardua resistencia democrática. Cuando recuperaremos el derecho al voto, en comicios en los que pueda elegirse a un nuevo Poder Ejecutivo, quizás sea posible empezar a hablar de transición. Quizás…