La sagrada imagen de la Divina Pastora recibe día tras día, desde su bajada el pasado seis de enero, a numerosas familias que se acercan a presentar a sus hijos y también a agradecer que todo haya salido bien en el parto.
Las historias son innumerables, pero todas giran en ese favor concedido por la Excelsa Madre a todos aquellos hogares donde se presentó cierta circunstancia por razones de una cesárea o parto natural.
Las expresiones de amor se reflejan en los rostros de quienes llevan a sus niños o niñas de meses de nacido. Los padres alzan a sus hijos, se los muestran a la Virgen y en señal de reverencia agradecen la promesa cumplida.
Y es que la Virgen María en su advocación de Pastora, es la madre predilecta, a la que todos acuden cuando viene un nuevo ser a este mundo.
Según la Breve Catequesis Litúrgica Mariana la Virgen María vivió su fe en las mil ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada mamá, como proveer el alimento, el vestido, la atención de la casa, entre otras.
Esa existencia normal de María fue el terreno en el cual se desarrolló una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo.
El sí de María, ya perfecto al inicio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí su maternidad se dilató, abrazando a cada uno de nosotros.
Es por esto que al encuentro de la Divina Pastora acuden también muchas mujeres embarazadas, quienes ruegan una preñez sin contratiempos.
María, la primera redimida por Cristo desde su concepción inmaculada hasta su gloriosa asunción, está totalmente sumergida en los misterios de Cristo y de la Iglesia y sigue presente en la Iglesia en la celebración de los sacramentos dado que en María actúa plenamente la gracia del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo nuestro Señor Jesucristo, una Virgen maternal que se fecunda en ella y en nosotros.
María Divina pastora, madre del Buen Pastor, que da su vida por las ovejas, es la madre de la pastoralidad de la Iglesia Sacramento de Dios en el mundo, es modelo de comunión y participación en la pastoralidad.
Una madre inspira en sus hijos confianza en los momentos difíciles, desde su manera de mirar y sonreír dulcemente.
Expone la catequesis que la Iglesia es Madre, María es madre. María oraba, trabajaba, iba a la sinagoga, cada acción se cumplía siempre en unión perfecta con Jesús.
Es así como la Divina Pastora, madre de Jesús y también nuestra madre, nos muestra con el ejemplo de su vida, su cariño y su atención inmensa y nos indica cómo seguir su ejemplo para alcanzar nuestro deseo de vivir una vida verdaderamente cristiana.
Si pensamos en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestra Iglesia, la disponibilidad a comprometernos nos fortalecerá para soportar los peores dolores y las más duras condiciones por un lado, y nos abrirá un futuro construido por una determinación y una fe listas a enfrentar las dificultades, por otro lado.
Ojalá el modelo de la Virgen, madre y soberana, nos inspire a comprometernos para cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida personal, familiar y eclesial, como esa voluntad se expresa en las condiciones que Dios nos ofrece hoy.
María nos trae al niño entre sus brazos para mostrarnos el camino que nos lleva a él.
Debemos reconocernos en María, la perfecta discípula misionera.