Bitácora del futuro

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En mi posesión suelo tener por lo menos dos clases de libros: aquellos que solo lograron despertar un interés pasajero y que, con frecuencia, ni siquiera me propongo terminar de leer. En el otro extremo están aquellos que guardo celosamente y a los cuales retorno con frecuencia. Son mis joyas más preciosas, libros de lectura rica y difíciles de conseguir.

De los primeros no me importa desprenderme, dárselos a alguien, logrando así hacer espacio para los buenos libros que vendrán más tarde y ganándome el agradecimiento de algún amigo lector. A veces incluso intento hacer labor de patria: recojo varios libros y los reparto entre el público que pasa a mi lado y lo hago “hasta agotarse la mercancía”. Tal vez logre que alguien lea y comience así a desarrollar la mala costumbre de leer, convencido que muchos no leen, aun sabiendo leer, simplemente porque nunca tuvieron un libro en sus manos.

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Pero hay libros que guardo celosamente y si los presto es bajo un régimen de “préstamo vigilado”. Son libros a los que recurro cada tanto buscando comprender una cadena de eventos, definir mejor un concepto o entender una situación histórica. Ninguno de esos libros son, propiamente, literatura de ficción. Hace tiempo, mucho tiempo, que dejé de leer poesía, cuentos, novelas y ensayos literarios y leerlos ahora sin duda que me dejarán con la sensación de estar perdiendo tiempo y ya no me queda mucho tiempo para perderlo de esta manera. Alguien dirá que he perdido sensibilidad estética, imaginación creadora, que he dejado de asomarme a obras magnificas y que bien merecen ser conocidas porque revelan aspectos de los humanos que son mejor presentados como literatura que como textos sociológicos. Puede ser, y en este caso, pienso en Crimen y Castigo o en La Metamorfosis.

Ahora estoy releyendo, una vez más, Cuba Libre, de la bloguera Yoani Sánchez. El libro, publicado en el 2010 muestra con toda claridad las penurias de la vida cotidiana de los cubanos, algo que ya tenemos un tiempo viendo por estos lares. En lo que mucho se parecen los regímenes cubano y venezolano es en su capacidad para atormentar al ciudadano común y llenarnos el vacío cotidiano con discursos altisonantes, con promesas que no terminan de cumplirse, con cifras de obras que nadie puede comprobar si realmente se han concretado y, por supuesto, con muchas evidencias de corrupción y la capacidad para pasar agachados, disimular que han tenido que desarrollar los ciudadanos.

Ciertamente, muchas cosas no nos las han quitado… todavía. Aún tenemos internet y la radio y la prensa, acorralada y sin papel, sigue publicando a duras penas. Vivimos bajo libertad vigilada. La justicia se ha vuelto un ejercicio de poder arbitrario, cruel y despótico. Mal que bien, aun podemos abandonar el país sin riesgo de ser devorados por tiburones o pasar largas temporadas en la cárcel por intentar salir ilegalmente.

Pero no es suficiente, lo que Maduro hace es aplicar la práctica de la rana hervida: una vez acostumbrados un cierto nivel de represión, pronto habrá una nueva vuelta de tuerca: vivir en el infierno es una cuestión de costumbre. Esta es la gran enseñanza del libro de Yoani Sánchez. Por eso lo leo y releo constantemente: es una suerte de bola de cristal donde veo llegar lo que está llegando.

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